EL GINECÓLOGO (lucemond)

Cita

La respuesta de Aemond fue simple. Esperaba más, después de lo mucho que le costó enviar el mensaje, pero agradece que aceptara atenderlo. Su agenda casi siempre está llena y encontró un pequeño hueco para Luke.

Además de responder con un seco “sí”, le mandó un documento PDF para que lo llenara con sus datos y así abrir un expediente. Pedía datos básicos, uno que otro médico que era del conocimiento de Lucerys y otros que tuvo que preguntarle a su papá. Le preguntó para qué los quería, pero Lucerys solo colgó.

Primero muerto que decirle a Harwin sus problemas de lubricación y que agendó una cita con un ginecólogo, al que verá esta misma tarde. Inventó un montón de excusas para llegar tarde a la fiesta de cumpleaños de Joffrey.

Es la tercera vez que se mira en el espejo.

Va a una cita médica, no a follar, no importa mucho cómo se ve; ni siquiera cuando sale con Cregan se arregla tanto. Se duchó dos veces, se puso su mejor perfume y la ropa más bonita que tiene, pero Aegon le recomendó ropa cómoda, para que Aemond no tenga problemas al revisarlo.

¿Revisarlo? ¿Aemond va a tocarlo…ahí?

Se coloca unos pantalones cortos de mezclilla, una playera blanca y floja, y unos tenis que solo usa cuando hace ejercicio, o sea, nunca. No son sus mejores prendas, pero huele bien y se peinó decentemente. Los rizos le caen en la frente, definidos y elásticos.

La cita es en una hora, pero el consultorio de Aemond no está lejos. Debe pedir un taxi diez minutos antes de las cinco y media, lo que le da un margen de veinticinco minutos para llegar, tomando en cuenta que el taxi tardaría de cinco a diez minutos en recogerlo.

Está nervioso.

Aegon le dio buenas referencias de Aemond, pero aun así buscó algunas en internet. Todas eran excelentes, pero mencionaban que erafrío, sin rayar a lo grosero, y meticuloso. Aunque lo que más resaltaba eraprofesionaly eso lo calmó un poco.

Lucerys no sabe tratar con personas serias. Él es extrovertido y amable, se pone triste cuando alguien lo mira mal o le habla feo.

Demasiado sensible.Porque eres un omega, diría Cregan.

Ese idiota.

No ha respondido ninguno de sus mensajes, prefiere no estresarse más de lo que ya está.

Usa su teléfono para pedir un taxi, el cual, gracias a que no hay tráfico, lo recoge en cinco minutos. Todo va de acuerdo al plan. El camino es corto y silencioso, no logra hacer hablar al taxista, que va más dormido que despierto. Huele a tabaco y a desinfectante de superficies. Odia lo sensible que se volvió su nariz después de presentarse como omega.

Llegan a un edificio pequeño, de apariencia rústica, en colores marrones y terrosos. Tiene flores enredadas en los barandales de forja color negro. Se baja del taxi, no sin antes agradecerle al conductor. El hombre lo ignora, arrancando el vehículo apenas pone un pie sobre la acera. Lo califica con una estrella de puro coraje. Qué tipo tan grosero.

Faltan siete minutos para la cita, será mejor entrar.

El recibidor es bastante acogedor, decorado con flores, veladores y mueblesvintage. Huele a incienso y galletas recién horneadas. Detrás de un escritorio, está Helaena, la hermana de Aegon, también beta. Es muy normal verla jugando con insectos y cristales, o dibujando. Es tranquila, pero cuando habla no hay quien la pare. A Luke le agrada.

—Hola, Hel, no sabía que trabajabas aquí.

Deja de limpiar sus cristales con una franela amarilla y mira a Luke, sonriente.

—Me despidieron de mi trabajo anterior y Aemond me contrató. Me gusta trabajar aquí porque puedo hacer mis cosas y mi hermano es el jefe. ¿Tienes cita verdad? Llegas justo a tiempo, Aemond te está esperando —Saca unas cuantas hojas junto a un bolígrafo y lo pone sobre el escritorio—. Firma estos papeles.

—Okay.

Firma todo sin prestarle mucha atención.

—Esto irá a tu expediente. Puedes pasar.

—¿Aemond es… amable?

—Es una persona difícil, pero si te ganas su confianza te va a tratar bien. Yo lo quiero mucho, no porque sea mi hermano, sino porque él es muy dulce conmigo. También lo es con Aegon, pero suele sacarlo de quicio muy fácilmente; ya sabes cómo es Aegon… Te estoy retrasando, pasa.

Respira profundo y camina hacia la puerta de Helaena le señala. Es color marrón oscuro y tiene un letrero de madera; en él está tallado el nombre de Aemond en letras doradas. Supo por ahí (mejor dicho, husmeó en internet y Aegon le contó, porque está muy orgulloso de su hermano menor), que estudió en una de las mejores Universidades de Antigua, siendo uno de los más jóvenes de su generación en titularse. También hizo maestrías y diplomados en el extranjero.

Golpea suavemente la puerta y espera.

—Adelante.

Su voz es hipnótica y seductora, con leves notas de indiferencia. No es grave, pero tampoco aguda, hay un buen balance entre ambas. Siente escalofríos recorrerle el cuerpo, concentrándose en su vientre bajo. No puede ponerse cachondo al escuchar la voz del tipo, tal vez ni siquiera es guapo y se está haciendo ilusiones.

Acomoda su ropa y gira la perilla.

El olor a sándalo penetra su nariz. Es un olor sintético, como el del recibidor, no proviene de ninguna glándula del aroma de un alfa u omega. Aemond Targaryen es un beta, porque su profesión es exclusiva de betas; es más seguro para los omegas que los atienda un beta.

—¿Lucerys… Strong?

Ahí va de nuevo,esa voz. Su omega brinca contento.

El hombre es lo más hermoso que ha visto en su vida. Aemond tiene el cabello platinado, característico de su familia, corto hasta los hombros y sujeto en una coleta desordenada que le da un aire de misterio. Un par de ojos violeta lo escanean, como si pudiera ver a través de su ropa (ojalá) y leer sus pensamientos. Sus facciones de licadas, fácilmente podría compararlas con una pintura renacentista o un dios valyrio.

Viste ropas negras, que alimentan en aura oscura que lo caracteriza, dándole un aspecto gótico e intelectual; una camiseta de cuello alto, ceñida a su cuerpo, pantalones de vestir y botas del mismo color. Sobre su nariz aguileña, descansan unas gafas delgadas, montura de aviador, las cuales acomoda con su dedo índice. Se ve asquerosamente sexy.

Tiene un cuerpo delgado, diferente al de un alfa común o un alfa dominante. Sus hombros son anchos, pero su cintura y caderas muy estrechas. Lucerys está acostumbrado al atractivo tosco y varonil de los alfas, pero la belleza etérea y femenina de Aemond está para morirse.

—¿Te vas a sentar?

—Ah, sí, lo siento.

Toma asiento frente al beta, sin levantar la mirada.

—Eres hermano de Jace, ¿no?

—Em, sí.

—Se parecen mucho —sonríe, pero es casi imperceptible—, aunque tú eres más… lindo.

¿Este hombre acaba de llamarlo lindo de buenas a primeras?

—Gracias.

—Cuéntame. ¿Qué es lo que pasa?

—Eh, bueno, yo tengo problemas para… usted sabe…

—Tutéame, solo soy mayor que tú por cuatro años.

—Oh, está bien —ríe, nervioso—. Cuando tengo relaciones o estoy en celo… Mmm, yo no puedo lubricar.

Aemond toma notas en una pequeña libreta de cuero negro. Es diestro y sus manos son grandes: dedos largos, uñas cortas y bien pulidas. Se le marcan deliciosamente las venas y Luke quiere trazarlas con su lengua.

—¿A qué edad tuviste tu primer celo?

—A los diecisiete.

­—Celo tardío.

—Mi médico pensó que era un omega recesivo, pero soy muy fértil y lo descartó.

—Sí, puede llegar a confundirse conciertos desbalances hormonales menos severos. Lo tuyo tiene solución, tranquilo.

—¿En serio?

Aemond asiente y deja el bolígrafo sobre la mesa.

—Toma una bata y desvístete. El baño está por allá.

La bata se siente agradable sobre su piel y huele a suavizante de telas caro. Deja su ropa doblada sobre la silla donde estaba sentado y se sube a la camilla, tal como Aemond le indica: piernasmuyabiertas. El ginecólogo se coloca guantes de látex y se acerca a Lucerys. Enciende una lámpara y la enfoca a la entrepierna del omega.

—Helaena te entregó unos documentos para que los firmaras. ¿Los leíste?

Carajo, no lo hizo.

—Eh, sí, claro.

—¿Entonces estás de acuerdo en que toque tus genitales para la revisión?

Ay, sí para eso no necesita permiso, Luke con mucho gusto se deja.Flojito y cooperando.

—S-sí.

­—Bien, voy a proceder. Cualquier incomodidad que sientas, dímelo.

Su piel hormiguea bajo el frío tacto del látex. Aemond es delicado, evitando estimularlo o lastimarlo, pero Luke igual se siente excitado. Es joven, se presentó hace poco y la única persona que lo ha tocado -además de sí mismo- es Cregan y él no sabe hacerlo bien. Su cuerpo está deseoso de contacto más íntimo.

Uno de los dedos de Aemond roza su ano por accidente. El ginecólogo se disculpa, pero para Luke es una revelación. Algo dentro de su cuerpo despierta y comienza a bombear su corazón tan a Prida que asusta. Siente el calor bajar por sus muslos, como si se hubiese orinado, sus testículos se aprietan y su entrada de relaja.

Aemond deja de tocarlo.

—¿Qué pasa?

—Estás lubricando.

—¿Cómo?

Levanta la bata que cubre la mitad de su cuerpo y lo ve: lubricante, brilloso y espeso lubricante. Moja su entrada, sus muslos y la camilla, que por suerte está cubierta por una tela de papel desechable. Tiene un olor dulzón, pero Aemond no se ve afectado por éste. Sin pena alguna, pasa sus dedos por su punzante agujero.

—Joder.

Ríe, jugando con el curioso líquido. ¿Será prudente probarlo? Dicen que tiene buen sabor…

—¿Lucerys?

La mirada de Aemond no demuestra asco ni sorpresa. De seguro ve omegas en ese estado todo el tiempo, incluso en celo. Además, es un beta, no se vuelve un maldito cavernícola con las feromonas de los omegas. Aunque tampoco debe ser muy agradable ver a un omega dedearse por diversión al ver por primera vez su lubricante.

—Perdón.

Se cubre la entrepierna con la bata.

—Tenemos que hacerte exámenes de sangre —dice, nervioso—. En un laboratorio está bien... Em, te haré receta.

—Aemond, ¿no te das cuenta? Jamás en mi vida había lubricado hasta que me tocaste.

—No digas tonterías.

—Hazlo de nuevo.

—¿Qué?

—¡Tócame!

—Debes irte.

—¡No puedes dejarme ir así!

Es verdad, sería poco profesional y ético. Pero tener a un omega en ese estado también lo es, más si éste le pide, no, le exige que lo toque. No va a negar que el omega es un encanto y se sintió atraído hacia él desde que entró a su consultorio, pero, maldición, es el cuñado de su hermano y es un omega.

Aemond no se acuesta con omegas, no cree ser suficiente para complacerlos. Él es un beta, los betas se acuestan con betas y los alfas se encargan de complacer a los omegas. Lucerys no sería el primer ni último omega que terminaría decepcionado después de un acostón.

—Está bien, te puedes quedar —suspira—, pero no voy a tocarte.

­—Aemond...

—No.

—Te lo suplico.

—¿Por qué no llamas a tu pareja? Sabrá cómo ayudarte, yo no...

—Él no sabe cómo tocarme.

—¿Y por qué crees que yo sí?

—¡Estoy así por tu cupa!

—Por los Siete, chico, deja de ser tan descarado. Te pareces a Aegon.

—Es mi mejor amigo, debe ser por eso.

—Aegon es mala influencia.

—¿Me vas a tocar o no?

—¡No! —grita, exasperado—. Quédate aquí.

—Sí, papi.

Aemond no es un alfa, pero no necesita serlo para intimidar. Abandona la habitación y cierra la puerta de un portazo. El omega se estremece en su lugar.

—Helaena, cancela las citas restantes de hoy, por favor —suspira, estresado—. Discúlpame con los pacientes, no podré atenderlos.

—Sí, está bien. Las re agendaré para la próxima semana.

Helaena observa a su hermano, intentando descifrar el motivo de su incomodidad. Ambos son betas, no tienen glándula del aroma ni nada, pero su hermano es fácil de leer. Debajo de toda esa fachada de tipo duro, hay un chico que se preocupa por los demás y le cuesta defraudar a la gente.

—¿Qué tienes?

—Nada...

—Aemond.

—Puedes irte temprano, yo cerraré —sonríe, tenso—. Sé que tu novia hoy tiene su exposición de fotografía y quieres verla.

—¿En serio? —pregunta, emocionada.

Aemond asiente.

—Felicita a Baela de mi parte.

Recoge sus cosas, metiéndolas dentro de su morral. Aemond permanece pensativo.

—¿Y Lucerys?

—Ya casi se va. Está cambiándose.

—Oh, ya veo.

Se cuelga el morral al hombro y se acerca a su hermano. Acuna una de sus mejillas en su mano, dejando suaves caricias que logran relajarlo. Aemond es como un gatito huraño.

—Mereces amar y ser amado —sonríe—. Eres valioso y sólo los ojos correctos podrán verlo.

—¿Qué cosas dices?

—Hazme caso.

Palmea su mejilla y abandona el consultorio, dejando a su hermano muy confundido.

Regresa a la habitación, encontrándose al descarado omega en la misma posición que lo dejó. La bata cubre su entrepierna, pero está mojada de ese espeso líquido. Es sorprendente que no haya parado. Aun siendo beta, percibe el olor a celo de los omegas y aquí no huele a eso. También tiene sensores de feromonas instalados en el consultorio, estos comienzan a sonar como locos cuando un omega en celo entra el lugar y por ahora permanecen en silencio.

Pueden estar tranquilos.

—No saldremos de aquí hasta que se detenga.

Se sienta en su cómoda silla y mira al omega. El brillo en sus ojos lo mantiene inquieto, temeroso de dar un movimiento en falso.

­—Qué tortura.

Hay sarcasmo en su voz, pero no va a reclamar aquello.

Ha conocido omegas rebeldes, pero no al nivel de Lucerys. Sabe que es un chico mimado, es el único omega de su familia, y tiene mucho dinero. Desconoce sus límites, así que debe andarse con cuidado.

—Entonces... Ginecólogo, ¿eh?

—¿Qué pretendes?

—Vamos a pasar mucho rato aquí, no creo que esto... —Señala su entrepierna— pare pronto y no quiero aburrirme.

—Bien.

­—¿Cuál es tu color favorito?

—Qué pregunta tan estúpida —ríe—. El verde.

—El mío es el rojo.

Continúan haciéndose preguntas al azar, hasta que Aemond decide tocar un tema que quizás podría incomodar al omega.

—¿No te duele... hacerlo con tu alfa?

­—¡Demasiado!

Le sorprende su respuesta, más lo disgustado que está cuando menciona al supuesto alfa.

—Es bruto, es torpe, es tonto y me lastima —suspira—. Salgo con él porque es el mejor amigo de mi hermano y.… estaba caliente cuando nos presentó. Ahora debo soportarlo.

—Puedes terminar con él, no importa la relación que tiene con tu hermano.

—No quiero arruinar su amistad.

—¿Vas a sacrificar tu felicidad por un tipo que no sabe complacerte?

—Es complicado.

—¿Por qué tiene que serlo?

—Soy un omega sin marca con una vida sexual muy activa (aunque precaria), me presenté tarde y ningún alfa quiere cortejarme porque dicen que soy insoportable. Tengo suerte de que Cregan siga conmigo después de tan mal sexo y sustos de embarazo.

—¿Embarazo?

—¡Ay, te cuento!

El omega se acomoda en la camilla, ignorando el lubricante que sigue saliendo de su entrada. La cantidad ha bajado, pero es persistente.

—Antes de que tu hermano me recomendara venir, creí que estaba embarazado, pero ya era la tercera vez.

—¿Mantienes relaciones sexuales sin condón?

­—Ya sé que no debería, pero, uff, ese alfa la tiene demasiado grande y rompe los condones. Y no lubricar lo hace peor porque se supone que para eso es el lubricante, para que entre.

—Estás en lo correcto —segunda el beta—. El lubricante de los omegas contiene sustancias que permiten la entrada del miembro alfa sin complicaciones y que la expansión ante la presencia de un nudo no sea abrasiva...

—¿Me lo dices en español?

Aemond ríe.

—Continúa.

—En fin, decidimos hacerlo a pelo y que la sacara antes de venirse... —Ese niño es un guarro, igual que Aegon—. Nos funcionó un tiempo, pero empecé a sentirme raro y conozco mi cuerpo...

—¿Y no pensaron en utilizar otros métodos anticonceptivos, además del condón?

—¿Hay más?

La juventud necesita educación sexual URGENTE.

—Sí, Luke, hay más.

—¿Como cuáles?

—¿Tus padres no te enseñaron?

—Mi papá es un beta muy mojigato y mi mamá se murió cuando yo tenía cinco años.

—Lo lamento.

—Está bien, ya lo superé —ríe—. Mi papá ni siquiera sabe que estoy aquí, me mataría. No acepta mi relación con Cregan, odia a los alfas. A mí me parecen lindos, pero tontos.

—¿Tan malos son los alfas?

—No lo sé, sólo he estado con uno. El resto de mi familia son betas... No es que piense en acostarme con ellos.

—Ya.

Lucerys le cuenta sobre sus otros sus otros dos sustos de embarazo, sorprendiéndose más que con el primero. El chico de verdad está bastante desubicado y tiene una educación sexual nula, pero su pareja parece estar en las mismas. Aegon hizo bien en mandarlo con él, porque si Lucerys sigue así... tarde o temprano terminará embarazado o con una ITS.

—¿Por qué me miras así?

—¿No les enseñan educación sexual en las escuelas?

—Nos dicen que no tengamos sexo hasta que seamos mayores de edad y que sólo tengamos sexo con alfas adinerados. Bueno, eso me lo dijo mi mejor amiga.

—Pensé que las escuelas privadas tendrían mejor educación.

—¿Cómo sabes que fui a una escuela privada?

—Eres hijo de Harwin Strong, tu papá se pudre en dinero.

—Es cierto.

—¿Qué estudias?

—Educación —sonríe—. Quiero ser maestro de preescolar, me gustan mucho los niños.

—Lindo.

Es la segunda vez que lo llama lindo.

—¿Me vas a seguir coqueteando?

—No te estoy coqueteando.

—Me llamaste lindo.

­—Porque eres lindo.

—¿Ves? Me estás coqueteando.

—Estábamos tan bien.

Lucerys hace un puchero como el omega mimado que es.

—Conmigo no funciona eso.

—Amargado.

­El omega observa la habitación con detenimiento. Hay muchos diplomas en las paredes, fotografías familiares y cuadros de flores (pintados por Helaena). Aemond tiene buen gusto, algo simple, pero bueno de todos modos. Regresa su mirada al beta, que también lo mira, y le guiña el ojo; es gracioso hacerlo rabiar.

—¿Puedo tocarme? Ya que tú no lo vas a hacer...

—Eres...

—¿Puedo?

Bate sus pestañas, intentando convencer a Aemond, que está a nada de un ataque de nervios.

—Como quieras.

Saca su teléfono e ignora al omega.

—¿No te vas a salir?

—Es mi oficina... En ese caso salte tú y tócate allá afuera.

—¿En serio me vas a hacer eso?

—Tócate en silencio.

—Soy todo menos silencioso, papi.

Levanta la bata, dejando expuestos su pene erecto y entrada goteante. Aemond pretende mirar su teléfono, pero Lucerys sabe que lo está mirando a él. Es imposible no hacerlo. No todos los días tienes a un hermoso -pero mimado- omega en tu consultorio, manoseándose e implorándote que lo toques y le des atención.

El omega mete un dedo, con cuidado de no lastimarse. El dedo entra sin problema, sin provocarle dolor alguno. Mete un dedo más, gimiendo por la deliciosa sensación de ser llenado, aunque sea con sus dedos. ¿Debe sentirse así de bien y no como si te estuvieran metiendo un tubo caliente por detrás? Joder, de lo que se estaba perdiendo.

Bendito sea ese ginecólogo amargado y sus manos mágicas.

—Puedes grabar —dice, con dificultad—, así podrás jalártela en casa, ya que te niegas a tocarme...

­—Cállate.

—Ah... Se siente muy bien...

Aleja la mirada de su teléfono, que ni siquiera está desbloqueado, y mira al omega dándose placer sobre la camilla. Ahora tiene tres dedos dentro de su cuerpo, mientras que con su mano libre estimula sus rosados pezones. Lucerys lo mira sin pena alguna y se muerde el labio con fuerza. Aemond quiere mandar todo el carajo y tomar al omega ahí mismo, pero no lo hace.

Él no es un alfa, él no piensa con el pene...

Bueno, quizás un poco.

Se recarga contra la silla, disfrutando del espectáculo y soportando la dolorosa erección dentro de sus pantalones. Lucerys sonríe victorioso, porque por fin tiene la atención del beta. Levanta más el culo, dándole mejor vista de su entrada. Está sonrosada y brillosa por todo el dedeo y el lubricante. Aemond siente que se le hace agua la boca. Desea tanto al omega que le asusta, porque siempre le han sido indiferentes.

Folló con algunos, pero todos se quejaban por no recibir un nudo. Su pene no es pequeño, pero no tiene el tamaño del pene de un alfa, así que el resto de sus encuentros sexuales fueron con betas y salieron bastante bien; le ayudaron a adquirir experiencia, conocer sus gustos (y uno que otro fetiche mugroso) y no dar pena en la cama.

Pero no importa qué tan necesitado esté Lucerys, Aemond no va a tocarlo.

Los gemidos del omega aumentan de volumen. Se retuerce con ímpetu sobre la camilla, la cual rechina bajo su peso. Sus dedos entran y salen, cada vez más frenéticos y erráticos; su orgasmo se aproxima. Su ignorado pene rebota contra su vientre, la hinchada punta goteando pre semen.

—Mis dedos no son suficientes... —gimotea—. Necesito algo más... grande...

Agradece que Helaena no esté aquí para escuchar las guarradas que dice el omega.

—¿Y qué quieres que haga?

Lucha para que no le tiemble la voz, no quiere que Lucerys sepa lo excitado que está por su culpa y que muere por tocarlo.

—Mete tus dedos aquí... —Baja la velocidad de sus penetraciones, acariciando su entrada con los dedos índice y medio, empapándola de su lubricante—. Son más largos y gruesos, pero... ¿Sabes qué me gustaría más?

Aemond sabe la respuesta, pero no quiere escucharla.

­—Tu pene.

Aprieta con fuerza la delgada tela de su pantalón y ésta se arruga bajo sus dedos. Las feromonas con olor a limón inundan la habitación y pican en su nariz. No pueden afectarlo, pero siente que se está volviendo loco. El omega no deja de mirarlo, mientras sus dedos entran y salen de su interior, provocando un sonido morboso y sucio que le eriza la piel.

—Por favor, Aemond, te necesito...

Se pone de pie bruscamente, asustando al omega, que no detiene su ardua labor. Está tan cerca, sólo unos cuantos pasos y podrá poner sus manos sobre Lucerys. Escucha esa dulce voz llamarlo, rogándole que le dé un poco de alivio. Su piel lechosa brilla bajo las luces blancas, expuesta y lista para lamer. Esos lindos botoncitos están erguidos y les piden a gritos que los muerda y los deje hinchados como los de un omega lactando.

Es tan fácil como estirar la mano y acariciarlo.

Al diablo.

Aparta la mano de omega y sustituye los delgados dedos con los suyos, aún enfundados en los guantes de látex. El material se siente frío en su interior, pero logra calmar el fuego de sus entrañas. Lucerys echa la cabeza para atrás, soltando su cuerpo y dejándose complacer por las expertas manos del beta. Sabe cómo y dónde tocar, acercándolo más a su orgasmo. Su vientre hormiguea, pero no quiere correrse, quiere disfrutarlo un poco más.

—Aemond... Aemond...

El beta se acerca más, uniendo sus frentes, sin detener el hábil movimiento de su mano.

—¿Sí?

Lucerys ronronea en su oído, restregando sus mejillas, impregnándolo con su olor a limón. Da suaves besitos en su mandíbula, formando un caminito hasta su cuello, donde chupa con fuerza hasta hacerle un chupetón. Aemond gruñe, pero no aparta a Luke, que continúa dejando besos por sus mejillas, mandíbula y cuello. Tiene labios pomposos, que se sienten como algodones húmedos por su piel.

Lucerys busca sus labios, deseoso por enredar sus lenguas, pero Aemond se lo niega. Besarse ya es demasiado, lo haría muy... íntimo. Aemond sólo está ayudándolo a complacerse, un pequeñito favor inocente. Nunca ha besado a sus parejas sexuales (¿tiene que llamar así a Lucerys ahora?) y no piensa besar al omega. Lo escucha gimotear, molesto, haciendo pucheros cada que no logra unir sus labios.

—Sólo uno...

—No.

Gira sus dedos y toca aquel bulto de nervios que hacen al omega arquear su espalda y correrse. No se detiene, sobreestimulando a Lucerys, cuyo cuerpo parece gelatina. Lo ordeña hasta que la última gota de semen abandona su pene. El omega llora, su pequeño cuerpo saturado de tanto placer, volviéndose doloroso al paso de los segundos.

—Aemond... para... por favor... Duele...

Se miran a los ojos. Violeta contra verde. Deseo y más deseo.

—Mejor no.

Acaricia el perineo con su pulgar, recibiendo un chillido de parte del omega. La tierna entrada está más dócil, por lo que recibe otro dedo con facilidad, teniendo ahora cuatro dedos dentro. ¿Y si intenta meter el puño? Algunos omegas se expanden tanto que les cabe un puño, a otros incluso les caben dos. Aemond borra esa idea de su cabeza, lo hace sentir sucio. Aunque no duda que a Lucerys le gusten ese tipo de cosas, se ve que le gusta... experimentar.

—Voy a correrme otra vez... —solloza—. Puta madre...

A duras penas puede correrse una vez, no puede creer que está a punto de correrse de nuevo. Aemond arremete contra su próstata sin piedad, golpeándola con dureza y precisión. En este punto ya es doloroso, pero es un dolor tan bueno, que ayuda a Aemond a penetrarlo con movimientos de cadera.

—M-más, quiero más. Porfis, porfis...

Aemond no quiere reírse, pero es que Lucerys es tan estúpidamente adorable. Tiene las mejillas sonrojadas, la frente sudada y la mirada perdida en los ojos de Aemond. Lo mira con tanto deseo que puede olerlo.

—Relájate, chico, te vas a lastimar.

Bastan unas cuantas estocadas más para que Lucerys se corra por segunda vez.

Su segundo orgasmo es más flojo, pero no menos placentero. Siente los oídos tapados, el pecho oprimido y su cuerpo débil. Le hormiguean los brazos y las piernas. Su entrada palpita, estelas de dolor alrededor de la zona.

Aemond lo sostiene para que no se caiga, porque su cuerpo se siente pesado. Acuna al chico en sus brazos, apestándose con su penetrante olor a limón. Lucerys se aferra a su cuerpo, ronroneando y restregándose, aún necesitado.

—¿Otra vez? ­—pregunta, adormilado.

­—¿No te cansas?

—Es que me gustó mucho...

Nunca había tenido dos orgasmos seguidos y se siente exhausto, pero es la primera vez que disfruta de algo tan simple como lo es tocarse... o que lo toquen. Está descubriendo cosas nuevas de su cuerpo que hacen saltar de alegría a su omega.

—Debes irte a casa.

—Mmm, bueno.

Se suelta del agarre del beta e intenta levantarse, pero casi tropieza al bajarse de la camilla. Le tiemblan mucho las piernas, se sienten débiles. Aemond lo ayuda a ponerse de pie y lo guía hasta el baño para que pueda limpiarse y vestirse. Lo deja sentado sobre el inodoro y le pasa algunas toallas húmedas. Lucerys se mueve en automático, adormecido por sus dos recientes orgasmos.

—Te dejo vestirte.

Aemond sale del baño, cerrando la puerta tras de sí. Lucerys no tarda en salir, vestido y limpio, con el olor a sexo que le brota por los poros. Aemond reconoce muy bien ese olor, aunque hace tiempo que no lo olía.

—¿Estás mejor?

—Me hubiese gustado una tercera ronda —dice, desganado—. Supongo que... me voy.

­Toma la receta para los análisis de sangre del escritorio y la guarda doblada en el bolsillo trasero de su pantalón. El omega luce decepcionado, incluso triste, pero Aemond no va a caer en su juego. Conoce esa cara y es pura manipulación. Agradece no verse afectado por las feromonas que suelta Lucerys; puede olerlas, sí, tienen un agradable olor a limón, pero nada más.

—Te llevo a tu casa.

—¿Qué?

—Es peligroso que salgas en ese estado, un alfa podría propasarse contigo.

La sonrisa en el rostro de Lucerys confirma sus sospechas. Maldito omega manipulador.

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