Prólogo
Isabella acarició la superficie del lienzo, sus dedos trazaban las facciones del rostro de su madre como si pudiera evocarla a través del tacto. Había mucho de ella en Isabella: el cabello negro como el ónice, los ojos celestes y las facciones finas y definidas, tan propias de los elfos. Incluso sus orejas, ligeramente redondeadas por su ascendencia mestiza, conservaban algo de esa nobleza élfica.
“Dame fuerzas, madre... estés donde estés, las necesito más que nunca.” Murmuró frente al retrato. Sus ojos se desviaron hacia el resto de la habitación de su padre: una estancia demasiado austera como para pertenecer a un conde, con una cama en un rincón, un arcón junto al ropero y un escritorio sobre el cual descansaba el retrato de la difunta Lady Helena.
El chirrido de la puerta la sobresaltó. Una figura de mediana edad, rostro severo y gesto contenido, entró con paso firme.
–¿Qué haces aquí, hija?- preguntó Lord Lorik Dranglake, frunciendo el ceño.
–Hablar con mamá. Pedirle ayuda... Y esperarte. He oído que querías verme.- respondió Isabella sin apartar la vista del retrato.
–El torneo comenzará al mediodía. Deberías ir preparándote.-
–Y tú deberías buscar a otra hija que juegue a ser tu premio.- La expresión facial de Isabella era gélida, un reflejo de la frialdad en su voz.
–Por favor, no empecemos de nuevo- replicó el conde, suspirando mientras cerraba la puerta tras de sí. –Ya hemos hablado de esto muchas veces. Tú y tu hermana aceptasteis esta decisión.-
–Aceptar no significa estar de acuerdo o que me parezca menos bochornoso. Me siento como una vaca en una feria.- negó con la cabeza.
–¿Debo recordarte que tú escogerás al pretendiente, gane quien gane?-
–¿De verdad? Porque los rumores dicen otra cosa.-
–¿Y acaso los rumores que rondan sobre ti son ciertos?- inquirió Lorik con una sonrisa sardónica. –¿O son solo eso? Rumores.-
Isabella se quedó en silencio por un momento, bajando su mirada hacia el suelo antes de cruzarla con la de su padre con un destello de desafío.
–¿Y si no encuentro a nadie digno de casarse conmigo?-
–Habrá alguien. El torneo durará dos semanas, y vendrán nobles de todas partes del reino. Por muy caprichosa que seas, encontrarás a alguien.- rió Lorik, aunque su sonrisa pronto se desvaneció. –¿Cuál es nuestro lema, hija mía?- preguntó, entrecerrando los ojos.
–“Haz lo correcto; hazlo bien; y hazlo ahora.“-
–Exacto. ¿Y qué significa?-
–Que debemos obrar correctamente para proteger a nuestra familia.-
–Efectivamente. Y ahora te pregunto: ¿qué es lo correcto?-
Isabella tragó saliva. Las palabras de su padre resonaron con un peso que aplastaba cualquier argumento, pues sabía cuál era la respuesta.
–Lo necesario para proteger a la familia y hacerla prosperar- respondió, aunque la voz le tembló al decirlo.
–Efectivamente. Muchos son los condes de esta marca que me reprochan y recelan; y otros tantos nos miran deseosos de encontrar cualquier excusa para declararnos la guerra. Mi deber en su día fue luchar junto a los Brydwin para elevarlos a marqueses, y ahora el tuyo y el de Jessica es fortalecer nuestra posición a través de alianzas. Más ahora que nuestras mesnadas son tan exiguas. ¿Comprendes eso?-
–Sí, padre.-
–Bien. Porque dadas las circunstancias, a menos que obtengamos alianzas a través de tu matrimonio o el de tu hermana, me temo que la guerra es una realidad probable tanto por las acusaciones de poca virtud contra ti, como las de corrupción contra mí, pero eso es harina de otro costal.- explicó Lorik.
–Comprendo ¿Eso era todo lo que querías que habláramos, padre?-
–No, ni mucho menos. Mis intenciones no eran sermonearte, sino mostrarte un gran presente que os he conseguido a tí y a Jessica.- comentó mientras era incapaz de ocultar la sonrisa en su rostro. –Acompáñame, por favor.- Isabella obedeció, y ambos recorrieron los pasillos y estancias del castillo de Poza Dragón, atravesando el gran salón, donde se estaba comenzando a organizar los preparativos para el banquete, uno de tal magnitud que también se comenzaba a adaptar el salón del trono para que se sentaran en la mesa los invitados más distinguidos y notables.
Prosiguieron por las zigzagueantes estancias del gran castillo hasta una dependencia paralela a las mazmorras protegida por seis de los más leales caballeros de la casa, donde iluminados con candiles de grasa avanzaron hasta posicionarse frente a una especie de brasero de metal cubierto por una tapa de bronce que impedía ver su contenido. Isabella miró a su padre con apreciable confusión, “¿qué clase de regalo podría requerir semejante presentación?“. Sin embargo, esa incertidumbre se tornó en asombro cuando su padre, con una amplia sonrisa de gozo y orgullo, retiró la tapa del brasero, dejando ver entre la penumbra dos figuras redondeadas de aspecto pétreo con vetas y surcos que reflejaban con brillo metálico la luz de los candiles.
Isabella intentó formular una pregunta, “¿es esto real o tan solo son imitaciones muy bien logradas?” Pero las palabras se hicieron un nudo en su garganta. La visión de los huevos, con sus vetas brillando con metálica la luz temblorosa reflejando los candiles, la dejó inmóvil. La incredulidad, el asombro y una chispa de temor se entremezclaron en su pecho, haciendo de ella incapaz de articular apenas un murmullo.
–¿Son...?- preguntó Isabella, incapaz de continuar con la oración.
–Si, hija.- contestó el conde asumiendo la pregunta. –Auténticos huevos de dragón. A punto de eclosionar según mis sabios.-
–¿Cómo los conseguiste? Creía que los dragones habían desaparecido de nuestras tierras hace décadas.- preguntó, mirando a su padre con incredulidad.
–Y no hay dragones desde tiempos de tu abuelo. Pero en las montañas del oeste, en los confines de Marcarroca, aún sobreviven. Llegaron rumores a mis oídos “un gran dragón de cuernos curvados y escamas rayadas había sido avistado”. Para los Wyrant, esto es irrelevante; están demasiado ocupados criando sus monstruos deformes. Pero para nosotros, esos rasgos son como palabras escritas en pergamino nuevo.-
–Cuernos retorcidos y escamas rayadas...- analizó Isabella en voz alta, interpretando con soltura lo que aquello implicaba. –¿Una hembra esperando una nidada?-
–Así es. Por eso solicité permiso a lord Wyrant para cazar en sus tierras. Localizar la guarida y tomar los huevos nos llevó diez días de arduo esfuerzo, pero valió la pena.- explicó apreciando su preciado trofeo.
–¿Esto no nos causará problemas con ellos? Estos huevos en cierto modo pertenecían a sus tierras.- comentó Isabella con apreciable inquietud.
–Lo dudo.- el conde dejó escapar una breve carcajada. –Las leyes del rey nos respaldan: si un cazador tiene permiso para estar en las tierras de un señor, cualquier presa que capture, huevos incluidos, le pertenece. Es un vacío legal que juega a nuestro favor. Si intentan protestar, llevaré el caso al marqués. Claro está, que sería mejor no dar detalles sobre su adquisición. Tan solo por si acaso.-el conde apoyó una mano firme en el hombro de su hija, inclinándose ligeramente para mirar sus ojos. La tenue luz de la estancia titilaba en sus pupilas, como si reflejara el fuego de las antorchas y, quizás, algo más profundo. –Los dragones han sido el emblema de nuestra casa desde tiempos inmemoriales. Su fuerza, su voluntad indomable y su majestuosidad han guiado a los Dranglake por generaciones. Ahora nuestras fuerzas son pocas, y nuestros aliados, aún menos. Pero estos huevos son una señal inequívoca: un símbolo de esperanza para el futuro.- Lorik hizo una pausa, apretando sus dedos con suavidad el hombro de Isabella, como si quisiera transmitirle parte de su propia determinación. –Del mismo modo que estos dragones simbolizan el porvenir de estas tierras, tú y tu hermana sois el futuro de nuestra casa. Por eso, os hago entrega de este legado. Honradlo y hacedlo vuestro.-
Isabella se dejó envolver en el abrazo de su padre, con sus manos aferrándose a la tela de su capa como si temiera perderlo también. Sentía su pecho cálido y fuerte contra su mejilla, pero la marea de emociones en su interior seguía rugiendo: nostalgia, temor, y una punzada de pesar que ninguna palabra podía disipar. Una lágrima traicionera rodó por su mejilla y se perdió en la tela.
–Ojalá mamá estuviera aquí...- susurró, con la voz quebrada. Apretó el rostro contra el pecho de Lorik, intentando contener el sollozo que se agitaba en su garganta. –La necesito, papá.-
Lorik cerró los ojos, como si las palabras de su hija hubieran despertado un eco en su propio corazón. Acarició con suavidad el cabello oscuro de Isabella, sus dedos deslizándose con cuidado, como si buscara consolar tanto a su hija como a sí mismo.
–Yo también la necesito... Todos la necesitamos.- suspiró, con su voz grave y rota en los bordes. Hizo una pausa, dándole espacio al silencio para asentarse entre ambos, y luego continuó. –Pero debemos ser fuertes, hija mía. Aunque no esté aquí, nunca se ha ido del todo.- Isabella levantó ligeramente la mirada, con sus ojos celestes buscando alguna certeza en los de su padre. Lorik sonrió con ternura, suavizando el peso de los años en su rostro por aquel gesto.
–Ella nos espera en el más allá, lo sé. Y sé también que está muy orgullosa de ti y de Jessica. De las mujeres que os estáis convirtiendo en este mundo.- Se inclinó un poco más, apoyando su frente en la de Isabela, como si sellara un pacto entre padre e hija.
–¿Y sabes cómo lo sé? Porque yo también estoy lleno de orgullo, Isabella. Mis hijas sois lo más valioso que tengo.-
La tormenta de emociones que inundaban a Isabella estalló de golpe, y rompió a llorar en brazos de su padre, como lo hacía cuando era una niña. Lorik reaccionó instintivamente, rodeándola con fuerza y apoyando la mejilla en la cabeza de su hija mientras ella se desahogaba. El llanto lo transportó diez años atrás, al frente del mausoleo familiar, donde se había enfrentado a aquella misma escena. En su mente, podía ver a sus dos pequeñas, abrazadas a él, mientras intentaba inútilmente consolarlas. Una vez más, el “poderoso” conde Dranglake se sentía impotente.
–Todo saldrá bien, mi pequeña.- susurró con una calidez que apenas disimulaba su propia fragilidad. –Aunque... si sigues llorando así, tu cara va a parecer una remolacha.- comentó tratando de aliviar la situación.
Isabella alzó la mirada hacia él. Sus ojos, rojos y brillantes, reflejaban una mezcla de ternura y reproche. Una lágrima bajó lentamente por su mejilla. Lorik alzó el pulgar para secarla, pero ella giró la cabeza y la limpió por sí misma.
–No hace falta que me seques las lágrimas, padre. Ya no soy una niña.- dijo, esforzándose por controlar su respiración.
–Pero siempre serás mi niña, sin importar cuántos inviernos pasen.- replicó él con una sonrisa melancólica, inclinándose para besarle la frente.
Isabela dejó escapar una pequeña risa y asintió.
–Lo sé, papá.- se separó de su padre con delicadeza, dando un paso atrás mientras respiraba hondo.
–Creo que voy a dar un paseo. Necesito despejarme. Muchas gracias por el regalo, con tu permiso, me retiro.-
Lorik la detuvo con una mirada suave y un gesto de la mano.
–Solo si me das un último abrazo.-
Isabella frunció el ceño, intrigada.
–¿Qué?-
–No sé cuándo ha pasado, pero has crecido tan rápido que apenas me he dado cuenta. Ahora que te vas a casar... sé que mi pequeña se ha convertido en una mujer. Pero antes de que te marches, quiero abrazar a mi “pequeña dragona” una vez más. ¿Concederás ese favor a tu viejo padre?-
Isabella sonrió, conmovida, y rodeó a Lorik con sus brazos. Él cerró los ojos, permitiéndose por un momento dejar caer el peso de sus emociones. La apretó contra sí, luchando contra las lágrimas que amenazaban con traicionarlo. Inhaló profundamente, llenándose de fuerza para no derrumbarse.
–Nunca le negaría un abrazo a mi padre.- susurró ella, con una dulzura que le quebró algo en el pecho.
Cuando al fin se separaron, Lorik le acarició el cabello una vez más y, con voz baja y serena, dijo: –Ahora ve, hija. Pronto comenzará el torneo. No te distraigas demasiado.-
Isabela lo besó en la mejilla antes de encaminarse hacia la salida.
–No vayas muy lejos, los caminos pueden ser peligrosos.- advirtió Lorik, siguiéndola con la mirada.
–¿Con tantos bravos caballeros viniendo hacia aquí?- replicó ella con un toque de sarcasmo, sonriendo con plenitud por primera vez en horas. –Tranquilo, padre. Me acompañará Flaco. Y mi espada.-
Lorik rió suavemente, aunque su voz escondía una sombra de preocupación.
–Está bien, hija. Confío en ti.-
Isabella marchó hacia los establos, donde la esperaba Flaco, su fiel rocín de pelaje pardo y crines largas. Mientras ella se alejaba, Lorik permaneció en la estancia, observando los huevos de dragón en las brasas. Los vetustos emblemas de su casa reflejaban un fulgor metálico bajo el fuego. Cerró los ojos y murmuró una oración:
–Oh, Mano de Erúvatar, protégenos a nosotros, pobres mortales, del mal. Que tu luz nos guíe hacia la rectitud, y que nuestra voluntad prevalezca sobre toda tentación. Mano de Erúvatar, cuida de mi esposa, que está junto a ti, y de mis hijas, que están junto a mí.-
Cuando abrió los ojos, la solemnidad dio paso al deber. No podía quedarse allí. Los caballeros estaban llegando, y debía presentarse en el gran salón para recibirlos.