Prólogo
«Hace millones de años, nosotros llegamos a esta dimensión cuando tan solo era un profundo vacío cuya oscuridad se extendía en la infinidad. Donde el destello de una luz pudiera haber parecido el más inverosímil de los arrebatos de un loco, o, desde cierta perspectiva, la más grande idea de un soñador.
Cuando nosotros llegamos, éramos catorce. Las razones por las que llegamos hasta aquí no las podrían entender o imaginar, pues las mentes de los «humanos» siguen siendo jóvenes e ingenuas. Sin embargo, podrán entender que aquí construimos nuestro y vuestro hogar. En un comienzo, tratamos de evitar los errores fatales que cometimos y que nos trajeron aquí. Construimos estas tierras como un reflejo de nuestros antiguos hogares, tratando de volver a los días donde nosotros no éramos los dioses de un lugar desconocido.
La primera forma de vida que creamos en este nuevo universo era distinta a ustedes, muy distinta. Su forma, su fisionomía, su color, su cultura. Sin embargo, había algo malo en ellos, algo muy malo, por lo que tuvimos que eliminarlos. No era lo que nosotros queríamos al inicio, pero al final, fue la única solución. Y quien llevó a cabo dicha matanza fue «Él». Y fue desde este punto donde «Él» quiso llegar a una perfección inalcanzable, evitando aquel mal interior de nuestros intentos por crear vida. Esto solo género más muerte de varias formas de vida, de las cuales, la casi absoluta mayoría de ustedes jamás tendrá conocimiento siquiera de que habitaron el mismo mundo.
Mi nombre no importa, puesto que mi existencia no es relevante para la difícil tarea que deben enfrentar. Pero espero que a lo largo de estas escrituras heredadas a ustedes puedan obtener respuestas, aunque se mantengan en secreto para siempre.
Y espero, que puedan hallar también con estos escritos, la forma de detener a sus secuaces, pero más importante, a Él».
CELT.
—¡Todos a sus puestos! —gritó un soldado bajo el marco de la puerta.
Un sonido de campanas resonaba una y otra vez, llamando a todos a cumplir con su deber. Muchos escucharon el llamado de forma instintiva y comenzaron a alistarse para cumplir con sus obligaciones. Sin embargo, los reclutas más nuevos se quedaron mirando sin saber qué hacer. Aunque con la presión de ver a todos ponerse sus armaduras y comenzar a correr hacia fuera, los imitaron con poca precisión.
Celt miró con miedo mientras todos sus compañeros corrían hacia la oscuridad que se amontonaba fuera. Con miedo, se levantó de la cama donde descansaba. Avanzó hasta ponerse justo debajo de la puerta. ¿Qué estaba pasando? ¿Dónde había ido la luz? No pudo distinguir mucho. Solo vio las antorchas de miles de soldados que corrían en una sola dirección.
Celt era un joven. Apenas tenía dieciocho años cumplidos. Tenía unos ojos grandes de colores naranjos que transmitían miedo. No era alto ni fornido, era más bien una persona que estaba en formación de músculos. Durante unos pequeños momentos, llevó su mano a su hacia su cabello corto y desaliñado.
Una vez más se preguntó qué pasaba.
Sintió una mano que lo tomó por el hombro y lo empujo hacia atrás. Celt cayó al suelo con fuerza, mientras un hombre pasaba corriendo a su lado junto a otros soldados que gritaban con lo que su voz les permitía.
Celt vio a la luz de las velas cómo sus compañeros restantes corrían hacia fuera. El sonido de las armaduras lo aterró. No sabía lo que ocurría, pero intuía que algo estaba mal. No quería levantarse del suelo, prefería quedarse como un pequeño bicho: quieto y esperando a que nadie lo notara. Como un niño que esperaba a que los adultos resolvieran todo por él.
Y en el fondo, eso era lo correcto. Celt no se sentía preparado. Se unió al Ejército del Alba sin mucha experiencia. Sus únicos logros en combate fueron jugar con otros niños en una plaza alejada. Peleaban con espadas de madera y palos. Celt muchas veces venció a otros. Pero, esto era distinto. Era real. Era aterrador.
Celt notó a alguien que se agachaba junto a él. Miró hacia un lado, y su amigo Kamir lo miraba con expectación. Su mirada de ojos cafés reflejaba confianza en sí mismo. Era alto, aunque, al igual que Celt, no tenía musculatura. Ya vestía su armadura de color negro junto a grandes hombreras que permitían la movilidad. Encima de su cabeza tenía un casco circular con una punta triangular que separaba sus ojos. Apenas se podían ver los mechones de un color idéntico al de sus ojos.
Celt y Kamir se vieron unos segundos, intentando comprender lo que acontecía. Ambos eran jóvenes. Habían llegado hasta el Lago del Ocaso buscando escapar de sus vidas. Celt escapaba de su familia, al igual que Kamir. El primero era un chico que vivió en la pobreza, mientras que el segundo venía de una familia importante de políticos en su reino natal. Pero en ese sitio no importaba nada de eso. El origen era solo el pasado que alguien dejaba atrás para servir en esas filas. Hombres y mujeres solo miraban hacia el futuro. Y eso era lo que llamó la atención de ambos jóvenes.
—Vamos, levántate —dijo Kamir, tirando de su amigo—. No podemos quedarnos aquí.
Celt sonrió de mala gana mientras se ponía de pie. Kamir y él habían llegado a la Fortaleza del Alba el mismo día. Eran los novatos entre los novatos. Apenas llevaban una semana entrenando. Ni siquiera habían prestado juramento aún. Y, aun así, se enfrentaban a algo desconocido.
—Gracias —dijo Celt. Prefería haberse quedado en el suelo.
—Te ayudo a ponerte la armadura —dijo Kamir con empatía.
No pasó mucho tiempo en el que Celt sintió el peso de la armadura, el peso de su decisión. Aun así, Kamir le sonrió para alentarlo. Después de todo, ya no había nada que hacer.
Ambos corrieron hacia la oscuridad. Fuera, miles de soldados corrían en dirección al lago. Muchos de ellos cargaban grandes estructuras de piedra. Muchos otros cargaban antorchas mientras daban instrucciones y gritaban con señales de mano. Era de día hace poco, pensó Celt, mirando al cielo. No tuvo tiempo de pensar. Kamir tiró de él con un empujón.
Corrieron siguiendo al resto. Todo estaba oscuro. Era una oscuridad absoluta que no dejaba ver más allá de las luces que se movían de un lado hacia el otro. Celt no sabía dónde estaba. Apenas recordaba el patio de la fortaleza. Enorme y de tierra. Rodeado de grandes estructuras de piedra de color gris junto con estandartes que caían en la mayoría de las torres.
Celt y Kamir llegaron a unas puertas de madera junto a un muro semicircular. Era el muro del lago. Era extraño, ¿quién tiene la necesidad de poner protección contra un lago? Durante el primer día de Celt, un instructor les dijo que era para poder mantener alejado el mal. Celt recordaba las palabras exactas.
—Si las campanas suenan, prepárense para morir. Aunque… hace miles de años que no suenan.
Las imágenes del recuerdo solo asustaron aún más a Celt.
Aun así, pasaron entre las murallas. Al otro lado, miles de soldados estaban agrupados frente a las aguas negras del lago. Muchos corrían y plantaban aquellas estructuras rocosas en la arena, y luego las encendían en destellos luminosos que permitían ver alrededor del lugar.
Un hombre de aspecto mayor y amenazante gritó a Celt y Kamir para que se acercaran. Cuando lo hicieron, el hombre les entregó a cada uno una lanza. Les indicó su posición levantando su mano junto a un dedo que apuntaba en una dirección.
Ambos jóvenes miraron hacia delante. Las filas estaban dispuestas en hileras. Lo que aterró a Celt fue ver que las lanzas estaban delante de todo. Una gota de sudor recorrió su fino cabello mientras corría abriéndose paso.
Llegaron hasta su posición con algunos problemas. Él y Kamir se plantaron detrás de unos enormes escudos que eran levantados por Los Gigantes de las Montañas. Eran unos seres enormes, mucho más que un humano, y que vivían en las enormes montañas que rodeaban al lago y a la fortaleza. Su musculatura era extraña, conformada por grandes brazos y una complexión delgada.
Estas criaturas humanoides no se giraron, miraban hacia delante con valentía.
Algunas gotas comenzaron a caer, desatando una lluvia casi torrencial. Las antorchas resistieron el embate de las aguas de alguna forma. ¿Qué está pasando?, se seguía preguntando Celt, una y otra vez.
El joven sintió un golpe leve a un costado. Kamir lo miraba con miedo, pero con determinación.
—Tranquilo, estaremos bien —le dijo, aunque para Celt se sintió como palabras huecas. Palabras sin un valor real detrás.
—Claro —dijo Celt, asintiendo con miedo. Miró su lanza y luego levantó la vista. Delante de él, los árboles que rodeaban el lago estaban muertos. Los árboles que estaban más alejados parecían morir de a poco, o a lo menos eso creyó ver en la oscuridad que se extendía a lo lejos. Volvió a ver a Kamir—. Eso espero.
La lluvia siguió cayendo en la cara de todos. Aun así, casi nadie miraba hacia los costados. Una regla que se rompía con el joven cobarde. Celt miraba en todas las direcciones buscando algo que distrajera su mente. Pero casi no lo había, excepto por una cosa.
Celt miró hacia otro lado, a su derecha, hacia la gran torre. Era inmensa. Una estructura gigante de quinientos metros de altura. Apenas era visible, pero su silueta era imponente. Imponente y aterradora.
Comenzó a sentir una pequeña asfixia. Su respiración se agitó de repente. Sentía que no podía controlarse.
—Voy a estar bien —se dijo a sí mismo en un intento por calmarse.
—Sabes, me siento bien de estar aquí —dijo Kamir mirando a Celt—. De no ser así, no te hubiese conocido. Y de no ser así, tampoco sentiría que estoy haciendo lo correcto.
—¿Lo crees? —preguntó Celt, calmándose con las palabras de su amigo. No eran muchas, pero funcionaron en cierta medida—. Yo siento que voy a huir en cualquier momento.
—¿Cómo lo hacen? —dijo una voz.
Celt y Kamir giraron para ver a una mujer. Apenas se podía distinguir su rostro. Era joven, no mucho mayor que Celt. Tenía unos ojos pequeños y finos que transmitían terror. Debajo de su casco, unos mechones de un color rojizo se esparcían sin orden por su rostro. La mujer pegaba su lanza a su pecho mientras temblaba.
Antes de poder hablar con la mujer, otra voz llegó desde uno de los costados.
—No se preocupen, estaremos bien —dijo una voz—. Mientras el capitán Zylas esté de nuestro lado, no hay nada que pueda detenernos.
Todos giraron para ver a quién decía esas palabras. Celt lo reconoció, era Ballad, un soldado que conoció en los primeros entrenamientos. Lo recordaba bien, a pesar de no verlo luchar. Este nuevo soldado se mantenía firme y erguido, con su lanza reposando a su lado. Tenía una armadura negra más ligera que el resto de los soldados. Era casi como una tela para una mente ignorante. Sus ojos denotaban confianza, al igual que su cabello café corto y cuidado. Llevaba una cinta de color blanco en su frente. Y, a diferencia del resto, no llevaba ningún tipo de protección en su cabeza.
Ballad sonrió y habló de nuevo.
—El capitán —comenzó, atrayendo algunos oídos—, se dice que fue llamado por la Orden de los Cazadores para servir entre ellos. Sin embargo, rechazó esa oportunidad para quedarse aquí. Se dice además que domina todos los estilos de lucha. No importa que se ponga delante de él, ganará de todas formas.
» Como sea, ¿cuáles son sus nombres? —preguntó Ballad mirando a todos.
—Yo soy Kamir —dijo este con energía—. Vengo de Entia, de la capital.
—Un gusto —le dijo Ballad—. ¿Y ustedes? —dijo mirando a Celt y a la chica.
—Yo…, yo soy Celt —dijo con vergüenza y miedo—. Vengo de Itopia, de la isla principal.
—Yo soy Larie —dijo con miedo—. Soy de Karmino, de un pequeño poblado al extremo sur, cerca de la frontera con Rosea.
Justo cuando las presentaciones terminaron, un galope furioso se escuchó desde las puertas. Desde un costado, un caballo pasó corriendo con furia y destreza. Cargaba a un hombre a sus lomos. Era como si descargas eléctricas cruzaran junto a él.
—Allí está —dijo Ballad—. Véanlo bien, porque quizás puedan aprender varias cosas de él.
El capitán desmontó a su corcel justo en la parte delantera de la formación. Con un pequeño azote, ordenó al animal volver por donde había venido. Celt se impactó al verlo. Era un hombre alto, de dos metros de altura. Vestía una armadura negra con una capa que tenía bordado un sol y dos lanzas. En su pecho, varias cintas de distintos colores cruzaban mostrando sus honores. Su rostro era varonil, y a diferencia del resto, no portaba un casco; lo que dejaba ver su cabello café que llegaba cerca de sus hombros. Aun en la oscuridad, se podía ver el orgullo que transmitía en cada paso.
El capitán tomó una lanza y se plantó detrás de los escudos, a varios metros de Celt. ¡¿Qué!? Peleará junto a nosotros. Por lo que dice Ballad, si muere todo estará perdido, pensó Celt. Miró hacia todos lados, y se dio cuenta de la tranquilidad que todos sentían con el capitán cerca.
De un momento a otro, todos comenzaron a golpear con sus lanzas y pies sobre la arena. El golpe era amortiguado por la misma, pero seguía siendo impresionante. Parecía que nadie tenía miedo. Parecía que todos estaban de acuerdo con pelear. Era la forma de subir la moral, una forma que incluso Celt entendía y sentía.
A lo lejos el capitán gritó algo. Celt no entendió ninguna de las palabras, pero entendió el rugido que siguió. Ahora todos levantaron sus lanzas hacia el cielo oscurecido. Una y otra vez gritaron y movieron sus lanzas. Luego de eso, todos bajaron las armas y las plantaron firmes en el suelo arenoso una vez más.
Celt miró hacia delante. El lago era una masa negra. Sus cristalinas aguas habían desaparecido para dar paso a algo maligno. Una vez más, el miedo volvió a su cuerpo.
Pasó un minuto. Celt esperó con tranquilidad y pavor. Delante, la línea de escudos lo protegía a él y a todos. Detrás de los escudos, cientos de lanzas para evitar que nada pasara por delante se erguían esperando el momento.
Pasó un segundo minuto que se sintió como una eternidad. El punto muerto antes de la batalla tenía que ser el peor enemigo de los cobardes, pero el mayor aliado de los valientes. Celt sabía que él era del primer grupo, y que su amigo era del segundo. Supuso que la chica detrás de él era también de las cobardes.
Pasó un tercer minuto. Celt miró de nuevo al lago. Cuando llegó lo recordaba hermoso y llamativo. Sus aguas abarcaban un área inmensa. Desde cierto ángulo, era como un pequeño océano en la tierra. Se suponía que incluso se podía dar un baño en él. Ahora, era algo distinto. Era como si al acercarse se pudiese sentir la muerte.
Pasó un cuarto minuto. Las aguas del lago comenzaron a moverse gentilmente, formando un pequeño oleaje en las arenas. Algo se movía por debajo de las aguas. Algo se acercaba a la superficie.
Pasó un quinto y último minuto. Las aguas comenzaron a agitarse como si de una tormenta se tratase. Se movía de forma violenta, generando pequeños remolinos. Celt tragó saliva. No sabía qué pasaba, pero sabía que algo iba a salir desde dentro. Recordó las historias de monstruos en los caminos. Recordó las historias de miedo que contaban sus amigos. Y ahora, sabía que eran de verdad.
Antes de pasar el último minuto, las aguas del lago se calmaron; como si jamás hubiese pasado nada. Pero la lluvia aún caía, y el corazón de todos se detuvo por un breve y misero instante.
Una niebla comenzó a salir del lago junto a un olor innominado. Se propagaba mientras todos miraban hacia las aguas. Sus vidas dependían de aquello.
—¡Atentos! —gritó el capitán—. No dejen que su corazón y sus manos vacilen. Sea lo que sea, venga lo que venga, ¡nosotros estamos aquí!
El grito posterior ensordeció a Celt. Sus manos temblaron una vez. Levantó su lanza y la colocó por encima del escudo. Quienes estaban a su lado hicieron lo mismo. Delante de él, el Gigante no se inmutó, solo clavó con más fuerza el inmenso escudo en el suelo.
Algo parecido a una flecha salió desde el interior del lago. Primero cayó una, a unos cuantos metros de distancia. Luego, cientos comenzaron a caer como una lluvia maligna. Celt se refugió detrás del escudo. Era una señal de su cuerpo para escapar de la muerte. Kamir hizo lo mismo junto a Ballad. Larie ni siquiera entendía qué era lo que pasaba.
Desde la distancia alguien gritó.
—¡Lanzas y escudos, prepárense!
La lluvia de flechas seguía, pero no pasaban desde la primera fila. Era como si quisieran debilitar a quienes estaban delante primero. Pero como si fuese una estrategia básica y vacía, simplemente cesó.
Celt se levantó, y junto a él su lanza. No sabía por qué, pero entendía que tenía que hacerlo. Miró hacia delante, y solo vio calma. Era como si el lago se hubiese rendido. O más bien, como si lo que hubiese debajo lo hubiese hecho.
Pero nada más lejos de la realidad.
En una explosión de agua, cientos de figuras retorcidas saltaron a la carga. Corrían de una forma extraña y errática, emitiendo un espantoso chillido. Celt no pudo taparse los oídos. Sabía que ahora o nunca tenía que aguantar.
La primera bestia chocó contra el escudo. Y por fin, todos pudieron verla con detalle; por fin pudieron ver la horrible verdad. La criatura era casi solo un torso, no tenía manos o brazos visibles. Su cuerpo estaba en descomposición, como si alguien hubiese muerto ahogado y llevase semanas en el agua. Más arriba, tenían una boca con dientes que nadie jamás había visto. Era claro que podían desgarrar la piel como una espada. Lo que más aterró a todos, era que en el centro de su pecho había una pequeña abertura. Pero dentro no había nada, como un vacío negro e infinito.
La figura monstruosa trató de abatir a quien tenía delante, pero parecía que el Gigante resistía. Celt, en un acopio de valentía, clavó su lanza por encima de la abertura de la cosa. La bestia gritó con el mismo chillido horrible y se desplomó hacia atrás, retorciéndose de un lado hacia el otro.
Otras figuras comenzaron a chocar contra la formación. Los Gigantes resistían, pero cada una de las figuras corría con más y más ansias. A pesar de su aspecto, esas cosas eran fuertes.
—¡Resistan! —gritó alguien, en algún sitio.
Como si fueran palabras que presagiaban algo malo, una de las criaturas saltó por encima de todos. Cayó tirando a varios soldados. Muchos voltearon y vieron el horrible espectáculo. La criatura bajó su cabeza y de un solo mordisco hundió sus dientes en la armadura de la pobre víctima. Sin esfuerzo, aquella cosa arrancó la cabeza de un soldado a la distancia.
Celt pensó que ese sería su destino.
Con una buena velocidad de reacción, los soldados alrededor se abalanzaron contra la criatura, dándole muerte de inmediato. No había tiempo que perder. Esas cosas no dudaban en matar. Nadie podía darse el lujo de siquiera pensar en no levantar su arma contra ellas.
Muchas de aquellas cosas comenzaron a saltar por encima de las defensas. Celt giró su cabeza para concentrarse. Aun así, escuchó los gritos que venían desde los lados. No había tiempo para sentir miedo.
Las criaturas siguieron chocando en oleadas intensas. Y más pronto que tarde, uno de los escudos cayó. Aún seguía vivo bajo el peso de su defensa, pero la brecha estaba lograda. Las criaturas comenzaron a pasar como si fuese una fuga de agua, en un barco, y en el océano.
Celt no se volteó, confió en que los soldados a su lado lo protegerían.
Delante, las criaturas seguían apareciendo. El Gigante con el escudo estaba a punto de ceder. Todos hacían lo que fuese posible para evitarlo. Hundían sus lanzas una y otra vez, pero los monstruos parecían no tener fin.
A los lados, los escudos comenzaron a caer uno tras otro, y con ello, las bajas comenzaron a ser cada vez mayores. Celt sintió la necesidad de mirar hacia los lados, pero no lo hizo. Sintió la necesidad de mirar a su amigo, ver si estaba vivo, pero no lo hizo.
El escudo delante de Celt por fin cedió. Alguien gritó a su derecha, pero nadie distinguió lo que decía. En vez de eso, todos se fijaron en el grupo de criaturas que cruzó.
Celt cayó al suelo. Pensó que era su fin mientras veía que una criatura saltaba encima de él. La lanza de Ballad lo salvó. El soldado saltó delante de él, golpeó a otra criatura para dar un giro y matar a otra. Ballad era diestro, demasiado, incluso parecía que se movía a una velocidad mayor a la humana.
Kamir levantó a Celt, justo para que este clavara su lanza en una criatura que se disponía a atacar. Ambos amigos se miraron con miedo. Era lo único que podían hacer.
—¡Retirada! —gritó alguien desde atrás.
Celt miró en dirección a la voz y luego hacia delante en lo que se sintió como una eternidad. Muchos muertos, la mayoría desmembrados. No llevaban casi nada de lucha y, aun así, estaban siendo masacrados.
Giró su cabeza una vez más. A lo lejos, el capitán luchaba con ferocidad, evitando que decenas de criaturas pasaran. Luchaba con una lanza en una mano y una espada de color negro en la otra. Giraba y cortaba a una, luego clavaba su lanza en otra, para luego abatir a tres más con su espada en un tajo.
Celt volvió en sí. Tenían que retirarse.
Comenzaron a dar pasos hacia atrás sin dejar de defenderse. Celt miró con terror cómo una de esas cosas tomó al Gigante con escudo, y lo lanzó por los aires. Su pie fue lo único que quedó detrás. El Gigante cayó cerca del lago. Celt apartó la vista cuando varias criaturas saltaron sobre él. Era algo que prefería no ver de ninguna forma.
Tres criaturas saltaron una vez más sobre el grupo de Celt. Este se movió hacia un lado por la adrenalina. La criatura clavó sus filosas armas contra la arena. Ballad remató a la criatura mientras giraba y terminaba con la vida de las otras dos.
Retrocedieron un poco más.
Algo estaba mal.
Delante de todos, Larie estaba paralizada por el miedo. Kamir le gritó intentando sacarla de su trance, pero la chica no reaccionó de ninguna forma. Todos miraron con espanto cuando tres de esas cosas saltaron sobre ella. Larie ni siquiera sabía que estaba muerta. Su cuerpo fue desmembrado con demasiada rapidez.
—¡Retrocedan, ya! —gritó Ballad con frialdad.
Todos se giraron y comenzaron a correr al igual que el resto. No importaba la habilidad, si querían salir vivos de la pesadilla, necesitaban suerte. Una mayor que cualquiera en el mundo.
Una criatura saltó, cortando la huida. Celt cayó a la arena, soltando su lanza. Otro grupo de criaturas saltó, eran cinco. Un grupo de soldados aliados apareció para ayudar. Eran dos hombres y una mujer. Portaban hachas de dos lados. Con velocidad mataron a varias criaturas. Kamir de nuevo corrió hacia Celt, y lo puso de pie tirando de él de sus codos.
Aún quedaba pelea. Diez criaturas saltaron de nuevo. Ballad interceptó a tres como la última vez. La mujer que se había unido levantó su hacha, y la clavó con toda la fuerza que pudo en lo que se supone que era la cabeza de un monstruo. Celt levantó su lanza, la cual se clavó por inercia en una de aquellas cosas. Kamir luchaba contra dos. Celt saltó para ayudar a su amigo, y mató a otra más. Los hombres terminaron con las restantes.
Celt volteó a ver al lago. Más criaturas. Ya no podía distinguir cuántas eran. ¿Diez? ¿Veinte? ¿Mil? Daba igual, todos se giraron y corrieron hacia las puertas. Tan pronto las cruzaron, cientos de arqueros que estaban apostados en las murallas comenzaron a disparar. El grupo de Celt era de los últimos que seguían al otro lado. De último, el capitán cruzó cuando las puertas se cerraban.
Celt se dejó caer sobre el lodo. No le importó en lo más mínimo mancharse. Estaba vivo, por ahora. Alguien lo levantó. Un hombre miraba a Celt con preocupación. La misma que compartían todos.
Celt miró hacia los lados para ver cómo los nervios afloraban en la cara de todos. Era como si todos hubiesen perdido la voluntad de luchar y de vivir. Era como si todos se hubiesen rendido. Incluso Kamir parecía abatido en su propia psique.
Un golpe arremetió contra las puertas. Los arqueros disparaban con velocidad y pánico.
Otro golpe dio de lleno, moviendo un poco las puertas que apenas resistieron.
Las puertas iban a caer.
No había forma de detener a aquellas cosas.
Los iban a matar a todos.
Todos se dispusieron a levantar sus armas y luchar una vez más. Aun contra la derrota. Pero, el golpe final no llegó.
Algo pasó.
—¡Están siendo arrastrados hacia el lago! —gritó un soldado que se encaramó al borde de la muralla.
Había algo que se sentía mal, casi incorrecto. ¿Qué era?
Un trueno emergió desde el cielo, iluminando todo. Delante de la muralla, justo sobre el lago, una criatura inmensa estaba de pie. Era más grande que cualquier cosa en el mundo. Era más alto que la torre de la fortaleza. Era una figura negra con varias cadenas a sus lados. Y sus ojos… Sus ojos.
Celt la miró con miedo, y sintió cómo su cordura abandonaba su cuerpo. Era imposible. Sintiendo como si su cuerpo fallara, cayó de rodillas. No tenía explicación para lo que estaba pasando. Nadie la tenía.
La figura levantó una de sus manos. No había posibilidad de sobrevivir. Con un solo movimiento iba a matar a todos. No había dónde correr. No había dónde esconderse. Lo único que se podía hacer era rezar. No importaba si alguien no creía en un ser superior, solo había que hacerlo.
Lo único que se podía hacer era aceptar el final.
La mano bajó. Nadie gritó. Nadie hizo un gesto. Solo miraron hacia arriba esperando la muerte.
Otro destello iluminó todo. Celt tenía sus ojos cerrados mientras esperaba su final. Los abrió con pánico y dejado llevar por el tiempo. No sabía cuántos segundos estuvo paralizado con sus brazos hacia abajo. Pero aquella cosa ya no estaba. No sabía si sentirse feliz o asustado.
A lo lejos, el capitán Zylas gritaba algo. La mayoría de los soldados estaban absortos y ni siquiera prestaban atención. Muchos otros solo estaban tirados sobre el suelo. Y muchos otros lloraban como si fuesen niños una vez más.
—¡Una maldita antorcha! —gritó el capitán una vez más. A lo menos eso es lo que Celt logró entender.
Un soldado, a paso lento y aturdido, caminó hasta el capitán y le entregó su fuente de luz. Este último tomó al soldado por la careta y lo guio. Ambos caminaron hacia la torre. La luz se perdió entre las puertas que daban acceso a las interminables escaleras.
Después de varios minutos, en los cuales la mayoría parecía aún no haberse recuperado, en la oscuridad una luz iluminó todo desde los cielos.
Era un llamado.
Era una advertencia que tenía un solo propósito: evitar la muerte de todos.