Capítulo 1
Elyra.
Otra vez ese sueño.
Estoy sentada en una enorme piedra cerca del río. Frente a mí, dos figuras permanecen en silencio, una mujer y un hombre. Él tiene el cabello negro y unos ojos morados que parecen arder en la penumbra. Ella, al contrario, lleva el cabello de un brillante tono púrpura, con ojos oscuros como la noche. Están allí, cerca de mí, pero sus rostros siguen siendo sombras, siempre fuera de mi alcance. La mujer da un paso adelante y siento el frío del metal en mi cuello. Bajo la vista y ahí está: un collar dorado en forma de corazón con un nombre grabado en él.
"Elyra“.
Levanto la mirada, tratando de leer los labios de la mujer y el hombre, pero sus voces son como un susurro apagado por el viento. Se dan la vuelta y comienzan a alejarse. Desesperada, extiendo mi brazo y grito con todas mis fuerzas.
—¡Por favor, no me dejen sola!
Me despierto sobresaltada, jadeando. Mi corazón late furioso contra mi pecho. La habitación está en penumbra, pero reconozco la figura arrodillada junto a mi cama.
—Cariño, ¿te encuentras bien? —la voz suave de mi madre, Liora, me devuelve a la realidad.
Asiento, aún agitada, mientras ella pasa un pañuelo por mi frente, limpiando el sudor frío. Mis manos tiemblan. El sueño ha sido más intenso esta vez.
—¿Fue el mismo sueño otra vez? —pregunta en voz baja.
No respondo. Me levanto de la cama y me dirijo al espejo. Mi reflejo me devuelve la imagen de una joven que apenas reconoce. Mi cabello negro, con puntas moradas, cuelga desordenado. Mis ojos, del mismo color violeta que las puntas de mi cabello, están rodeados por unas ojeras oscuras, más profundas que de costumbre. Mi piel, que siempre ha sido pálida, ahora parece casi translúcida bajo la tenue luz de la mañana.
Suspiro. No puedo verme peor.
—Mamá, ¿necesitas ayuda con el desayuno? —cambio de tema, esforzándome en mostrar una sonrisa que no siento. No quiero hablar de ese sueño. Ni hoy, ni nunca.
Liora me mira con una mezcla de preocupación y paciencia, y tras una pausa, responde con cuidado:
—Sabes que deberías hablar sobre ese sueño... tal vez te ayude a entender más sobre quién eres. Sobre tus verdaderos padres.
Mi estómago se revuelve al escuchar esas palabras. Me agacho sobre el tocador, buscando una cinta para amarrarme el cabello.
—No necesito hablar sobre ellos —respondo con frialdad.
Mis padres biológicos. Personas que no recuerdo, personas que me dejaron sola. Cuando tenía seis años, me encontraron desmayada cerca del río. Fue Lana, la hija biológica de Liora y Dorian, quien me vio primero y corrió a buscar ayuda. Desde entonces, ellos me acogieron. No sabía quién era, ni de dónde venía, solo llevaba un collar dorado con un nombre:Elyra. Ese nombre es lo único que queda de mi pasado.
Siento el frío del metal en mis dedos mientras saco el collar del cajón y lo observo de cerca, como si pudiera encontrar respuestas en él. El nombre, grabado en la pequeña superficie, parece burlarse de mí.
—Elyra, si hablaras con alguien... podría ayudarte a recordar —insiste Liora con suavidad.
Mi rabia brota, como un torrente que no puedo controlar.
—¿Para qué? —escupo las palabras antes de darme cuenta del tono. Veo cómo su rostro se contrae, pero no puedo detenerme—. ¿Para qué querría recordar a unas personas que me dejaron sola, abandonada en medio de la nada? No les importaba si me moría de frío o de hambre. ¡No les importaba nada! Me dejaron como si fuera basura.
Las lágrimas amenazan con escapar, pero me niego a derramarlas por ellos. No lo merecen. Golpeo el cajón con más fuerza de la que pretendía, haciendo que algunos objetos caigan al suelo. Me agacho para recogerlos, mis manos temblando de furia contenida.
Liora también se agacha, pero la detengo.
—¡No te agaches! No necesito tu ayuda.
El silencio entre nosotras es pesado, y justo cuando creo que he cruzado un límite, ella se lanza hacia mí, abrazándome con fuerza. Mis músculos se tensan en su abrazo cálido, y aunque al principio quiero apartarme, la culpa comienza a roerme.
—Lo siento —susurro, con la voz quebrada—. No debería haberte hablado así.
Liora, siempre paciente, me acaricia la mejilla.
—No te preocupes, cariño. Entiendo que este no es un tema fácil para ti... Yo solo quiero que puedas vivir tu vida en paz sin tener dolor en tu corazón. —Ella sigue acariciando mi mejilla mientras me da una sonrisa triste, la miro fijamente a los ojos y solo puedo ver preocupación y amor en ellos... siento una calidez en el pecho que hace que me olvide poco a poco del dolor que hay en mi corazón. Suspiro y le doy una sonrisa agradecida.
—Lo sé, Mamá. Te lo agradezco mucho... tuve mucha suerte de que Lana me encontrara ese día por que asi pude ser parte de esta familia, desde el primer momento en que los conocí... Lana me trató como a una hermana y ustedes como a su hija de toda la vida. Tu y Dorian son las únicas personas que merecen que los considere y los llame Mamá y Papá. —Ella me abraza con fuerza y luego me da un beso en la frente. Terminamos de recoger los objetos que había tirado y nos levantamos.
—¿Quieres que te ayude a hacer el desayuno?
—No, cariño. Se te hará tarde para ir al trabajo.
Miro el reloj y corro al baño, dejando que el agua fría limpie los restos de mi agitación. Un nuevo día ha comenzado, pero el eco del sueño sigue latiendo en algún lugar profundo de mi mente.
Al salir de la habitación, el olor del desayuno me envuelve, y veo el plato que mamá ha preparado. Como en silencio, agradecida por la calidez del hogar que me ha dado. Termino de comer y mientras termino de lavar mi plato, veo que Mamá lleva un plato de comida hacia la habitación de ella y de Papá. Me acerco rápidamente a ella y la detengo.
—¿Puedo llevarle el desayuno a Papá? Quiero despedirme de el antes de irme al trabajo. —Mamá me entrega el plato de comida y yo sonrió.
—Esta bien, pero no te distraigas mucho hablando con él o llegarás tarde al trabajo. —Asiento con la cabeza y me voy rápidamente a la habitación de Papá. Cuando entro lo veo acostado en la cama mirando al techo, él se da cuenta de mi presencia y voltea a verme con una sonrisa radiante.
—Buenos días, Papá —dije mientras colocaba el plato con su desayuno en la mesita de noche y lo ayudaba a incorporarse.
—¡Buenos días, hija mía! —respondió con entusiasmo desmedido, y enseguida lo miré con recelo. Él no suele ser así desde tan temprano.
—¿Cómo te sientes hoy? —le pregunté mientras lo observaba empezar a comer. Ese brillo en sus ojos, uno que conocía demasiado bien, me hizo fruncir el ceño. Era el mismo brillo travieso que tenía cada vez que quería pedirme algo.
—¡Me siento mucho mejor ahora que veo a mi maravillosa y perfecta hija mayor! —dijo exagerando las palabras. Me crucé de brazos, ya viendo venir lo que pretendía.
—Claro... —respondí con tono sarcástico, incapaz de no reír ante su teatralidad. Él continuó sonriendo mientras terminaba su desayuno.
—Por supuesto. ¿Cómo no iba a sentirme mejor con tu presencia? —dijo, fingiendo una ofensa que solo incrementó mis sospechas.
—Ajá, claro. ¿Qué es lo que realmente quieres, Papá? —lo confronté directamente, incapaz de resistir la risa que venía tras verlo actuar tan dramáticamente.
Papá se llevó una mano al pecho, fingiendo dolor, antes de confesar lo inevitable.
—Está bien... ¿Podrías traerme pan de la aldea? —preguntó, como si fuera lo más inocente del mundo.
Lo miré con incredulidad, entrecerrando los ojos.
—¿Pan? ¿Otra vez? ¡Has estado comiendo pan toda la semana! —exclamé, sabiendo que no había forma de que necesitara más.
Papá dejó el plato vacío sobre la mesita de noche y me tomó las manos, mirándome con ojos suplicantes.
—¡Solo lo he comido tres veces, y no fueron seguidas! —protestó, como si eso justificara su pedido.
Me crucé de brazos, negándome a ceder fácilmente.
—¡Eso no importa! Ya has comido demasiado esta semana. Además, si mamá se entera de que te consiento con estos caprichos, se desquitará conmigo. —Lo último lo dije con un escalofrío recorriéndome al recordar un incidente de hace años, cuando Lana y yo arruinamos unos tacones de mamá. Su ira fue legendaria. La imagen de ella persiguiéndome con una escoba en mano mientras mis hermanos me miraban horrorizados aún me perseguía.
Papá, sin embargo, no se dejó intimidar por la amenaza de mamá. Su mirada suplicante persistía.
—Te prometo que será la última vez esta semana... —dijo con tono desesperado, aunque ambos sabíamos que no sería así.
Suspiré, derrotada.
—Está bien, pero más te vale que no me metas en problemas —respondí, rindiéndome a su pedido. Él sonrió victorioso, como si hubiera ganado una batalla importante.
—Sabía que no podrías negarte. —Me guiñó un ojo, y no pude evitar poner los ojos en blanco ante su arrogancia.
—Me caes mal —le dije, con tono seco, pero él solo rió con ganas.
—Imposible. Sé que me amas, hija mía. —Me reí con él, aunque intenté mantener una expresión de desaprobación. Luego, su tono se volvió más serio mientras pedía mi ayuda para levantarse.
—Ayúdame a sentarme en la silla de ruedas, por favor. —Lo levanté con cuidado y lo ayudé a acomodarse. Me fijé en el estado de la silla, oxidada y vieja.
—Papá, esta silla ya no da más. Es hora de conseguir una nueva —dije con firmeza. La silla rechinaba cada vez que la movía, y las ruedas no giraban con la suavidad necesaria.
Él negó con la cabeza, claramente incómodo con la idea de que gastara dinero en algo nuevo para él.
—¿De qué hablas?, esta silla de ruedas que me compraste hace dos años aún está como nueva. —protestó, aunque ambos sabíamos que no era cierto.
Bajo la cabeza recordando cuando hace dos años Papá se fue al bosque a cortar un árbol ya que necesitaba la madera de esta para hacer sillas y venderlas ya que era lo único que Papá sabía hacer para ganar dinero y así poder pagar el arriendo de la iglesia y traer comida a nuestra mesa, ese día hubo una terrible tormenta y tiro a bajo muchos árboles, uno de ellos le cayó encima a Papá dejándolo parapléjico. Mamá no trabajaba ya que le tocaba quedarse en la iglesia a cuidar de mí y mis hermanos y a atender a las personas que iban a rezar todos los días.
Ya que no teníamos otra opción, me tocó empezar a trabajar desde los 14 años como mesera en un restaurante para poder pagar el tratamiento médico de Papá, sus medicinas, el arriendo de la iglesia y llevar comida a la mesa para mi familia. Al poco tiempo logré ahorrar lo suficiente para poder comprarle una silla de ruedas de segunda mano a Papá.
El niega con la cabeza negándose rotundamente a que compre otra silla de ruedas. Se que le preocupa que gaste dinero innecesariamente cuando a duras penas tenemos para el arriendo y la comida, pero esto no es un gasto innecesario, sé que, aunque él no lo diga siente que la silla es incomoda, esta oxidada y las ruedas no se mueven bien.
Lo miré directamente a los ojos.
—Papá, quiero que estés cómodo. Te voy a comprar una silla nueva, y punto —le dije, con ese tono que él sabía que no podía rebatir. Sus ojos se humedecieron, y una lágrima rodó por su mejilla. La limpié con cuidado.
—Dios, ¿qué hice yo para merecer a una hija tan buena y fuerte como tú? —dijo con la voz entrecortada.
—¿Fuerte? ¿Crees que soy fuerte? —pregunté, sorprendida por la intensidad de sus palabras.
Él asintió, mirándome con orgullo.
—Claro, ¡después de todo eres la hija mayor de la familia Thorne!. —Me rio y niego con la cabeza por su broma. —Ely, eres tan fuerte que no importa que tan mala sea la situación en la que te encuentres sé que lo solucionarás y saldrás adelante siempre, estoy muy orgulloso de ser tu Padre. - Sonrío sintiendo una calidez en el pecho y mientras se me sale una lagrima de los ojos.
—¡Gracias, Papá!. —No encuentro las palabras suficientes para describirle cuanto significa que él me diga eso, así que solo lo abrazo fuertemente y le doy un beso en la frente. Me levanto y me pongo atrás de él. —Mamá y mis hermanos deben de estar en el patio, te llevaré con ellos.
El asiente con la cabeza y yo empujo la silla de ruedas hasta el patio atrás de la iglesia y cuando llegamos, escucho las voces de mis dos hermanos menores llamándome.
Levanto la mirada y veo a mi hermanita Luna de 8 años corriendo como loca hacia mí y atrás de ella veo a mi hermanito Finn de 10 años tratando de evitar que Luna se caiga. Yo me rio y cuando ambos llegan a mí, Luna salta encima de mi para que la cargue.
Luna, Finn y mi otro hermanito menor Ronan de tres años, tampoco son hijos biológicos de Liora y Dorian. A Luna y Finn los encontró Papá a ambos perdidos en el bosque hace 3 años mientras él iba a cortar árboles para conseguir madera, para ese entonces, Finn tenía 7 años y luna 5 años.
Papá los trajo a la iglesia, y Finn nos contó que él había vivido en la calle toda su vida y que no conocía a Luna hasta que ese mismo día vio a una señora agarrada de la mano con ella que no dejaba de llorar y vio que se dirigían al bosque, le pareció raro así que las siguió y las vio entrar al bosque, unos minutos después, vio a la señora salir del bosque pero sin Luna a su lado, se preocupó por ella y entró al bosque para ver si estaba bien, luego ambos se perdieron en el bosque y se encontraron con Papá.
Papá y Mamá al ver que no tenían una familia ni un hogar al que regresar, también los adoptaron como sus hijos.
Ronan tiene tres años, a él lo abandonaron en una canasta en la puerta de la iglesia cuando solo era un bebé recién nacido.
Qué vida tan miserable hemos tenido todos... Al menos nuestros caminos se cruzaron aqui y ahora todos somos una gran familia y amorosa. O mejor dicho una gran familia construida de fragmentos rotos, pero fuerte y unida como ninguna otra. O eso es lo que siempre nos dicen Mamá y Papá.
—¡Hermanita!. —Luna me abraza con fuerza y me da besos por toda la cara, mientras yo me rio por lo tierna que es.
—Luna tienes que tener más cuidado cuando corres, puede ser peligroso y te puedes lastimar.- Luna agacha la mirada y me hace puchero. —Además, las princesitas como tú no pueden tener ni un solo rasguño en su cuerpo. —Ella me mira y se ríe mientras yo le doy un golpecito en la nariz con mi dedo. —¿Me prometes que serás más cuidadosa y no nos preocuparás tanto? Mira lo cansado que esta Finn después de estar pendiente de ti para que no te lastimaras. —Le guiño el ojo a Finn para que finja estar muy cansado y él lo hace a la perfección ya que cuando Luna lo mira pone cara de preocupación.
—Perdón Hermanito, prometo ser más cuidadosa para que no te canses. —Luna le agarra la mano a Finn mientras hace puchero y el asiente con la cabeza y le sonríe para tranquilizarla.
Siento que cuando Luna y Finn sean más grandes, pueden llegar a pasar dos cosas. La primera Finn será muy sobreprotector con Luna y no dejará que ningun chico que el no crea aceptable para ella, se le acerque a Luna o la segunda, Finn será muy sobrepotector con Luna y no dejará que ningun chico se le acerque porque tendrá sentimientos romanticos asi ella y la verá como algo más que a una hermana.
Espero que sea la primera opción, pero si resulta ser la segunda, si Luna le corresponde los sentimientos, los apoyaré, despues de todo ni siquiera son hermanos de sangre y aun más importante, nadie decide a quien amar asique sin duda siempre los apoyaré como una buena hermana mayor.
—¡Buen trabajo fortachón, sigue así!. —Digo eso mientras me acerco a Finn y le extiendo mi mano para que choquemos los cinco. El sonríe orgulloso y yo me rio mientras le desordeno el cabello.
—Hermana, ¿ya te vas a trabajar? —me pregunta Finn, intentando liberar su cabello de mis manos.
—Sí, ya me voy. Por cierto, ¿dónde están Lana y Ronan? No los he visto por aquí.
—Lana llevó a Ronan al bosque hace un rato. No quiere admitirlo, pero creo que fue a recoger flores para ti. —Finn se encoge de hombros con desinterés, pero no puedo evitar sonreír al imaginar a Lana en el bosque buscando flores para mí. Ella siempre parece fría, pero en el fondo sus gestos demuestran cuánto le importamos todos.
Finn me saca de mis pensamientos al pasar su mano frente a mi cara.
—¿Puedo ir contigo a la aldea? Me aburro un poco aquí en la iglesia. —Luna se une a su petición con entusiasmo.
—¡Yo también quiero ir! —exclama.
—Lo siento, chicos, pero tengo que trabajar y no puedo estar pendiente de ustedes.
—Pero nos portaremos bien, y yo puedo cuidar de Luna. —Ambos me miran con ojos esperanzados.
—No, no podría trabajar tranquila dejándolos solos en la aldea. Lo siento, pero no.
Finn baja la mirada, decepcionado, y Luna hace puchero antes de que las lágrimas comiencen a brotar. Respiro hondo, sintiéndome resignada ante la imposibilidad de negarme a lo que piden mis hermanos.
—Está bien, ¿qué les parece si mañana me tomo la mañana libre hasta el mediodía y los llevo a la aldea un rato? —Ambos levantan la mirada, llenos de ilusión.
—¿En serio? —Finn pregunta con una chispa de esperanza.
—Dile a Lana para que también vaya y llevemos a Ronan. —Finn grita de alegría y le desordeno el cabello otra vez.
—Promételo, tienes que prometernos que nos llevarás a todos a jugar a la aldea mañana. —Luna extiende su pequeño dedo meñique, todavía con lágrimas en los ojos.
Sonrío y entrelazo mi dedo con el de ella.
—Te lo prometo, princesita. Ahora deja de llorar. ¡Mira lo que tengo para ti! —Saco de mi bolsillo una bolsa de dulces que siempre llevo por si alguno de mis hermanos llora. Su rostro se ilumina de emoción.
—¡Gracias, hermanita! ¡Eres la mejor!
Veo a mamá acercándose y me apresuro a advertir a Luna.
—Ahora guárdalo, no dejes que mamá lo vea o te lo quitará. Y compártelo más tarde con mis otros hermanos.
Ella asiente y se guarda los dulces en el bolsillo justo cuando mamá llega a nuestro lado.
—Cariño, por fin saliste de la habitación de tu papá. Te dije que no te distrajeras hablando con él. —Mamá lanza una mirada fulminante a papá. —¿Qué tanto hablaban que la retrasaste tanto?
—Lo siento, amor, pero no te diré nada. Es un secreto familiar. —Papá se encoge de hombros con una sonrisa burlona.
—¡Yo también soy familia! —protesta mamá, acercándose a él de manera amenazante.
—M-me niego a hablar. ¡Ese secreto me lo llevaré a la tumba! —Papá se cruza de brazos, decidido a no ceder.
Mamá levanta la mano y le da un ligero golpe en la cabeza.
—¡Ay, eso dolió!
Todos nos reímos, y mamá sonríe triunfante. Me acerco a ella, cautelosa.
—Ya, mamá, no te desquites con papá. Fui yo quien se distrajo sola. —Me río nerviosamente antes de cambiar de tema. —Ahora sí, ya me voy. —Abrazo y les doyun beso a todos en forma de despedida.
Cuando me doy la vuelta para irme, mamá me llama y me detengo.
—Casi se me olvida darte esto. —Mamá me coloca un suéter de mangas largas, tejido a mano, que me llega hasta los muslos. Es de color morado, igual que mis ojos y las puntas de mi cabello. Sonrío, agradecida por su esfuerzo.
—¡Muchas gracias, mamá! ¡Es hermoso, me encanta!
Ella me abraza, y luego me da un beso en la frente.
—Me alegro de que te guste, cariño. Que te vaya bien en el trabajo, cuídate mucho. Te amo.
Sonrío y asiento.
—¡Adiós a todos, los amo! —me despido con la mano mientras me echo a correr colina abajo.
Vivo cerca de una aldea remota llamada Astrelia, en el país de Lysandria. Este país es gobernado por la familia real Lightheart, que vive en un enorme castillo en la capital, Zephyria. Hace años, el Rey y la Reina perdieron a su única hija, que desapareció un día durante un picnic familiar.
Meses después, los Reyes también desaparecieron, llevándose consigo el dinero del país y dejando a Lysandria en ruinas. Sin embargo, el primo del antiguo rey Lightheart donó toda su riqueza para salvar al país y, al tener sangre real, se convirtió en el nuevo Rey. Nadie ha visto su rostro ni conoce su nombre, pero su acción fue suficiente para ganarse el respeto del pueblo.
A mi madre le parece extraño que los antiguos Reyes hayan robado al país, pues ella siempre dice que eran bondadosos y justos. Tal vez sea cierto, pero su locura tras la pérdida de su hija ha dejado cicatrices en la historia que son difíciles de olvidar.
La iglesia en la que vivo con mi familia está en la colina más alta cerca de Astrelia. Se tarda unos 30 o 40 minutos en bajar, atravesando el bosque. En el camino, veo a mi hermana menor, Lana, cargando a mi hermanito Ronan en su espalda. En su mano, sostiene una corona de flores con peonías moradas y blancas, que parece estar a medio hacer.
—¡Hey, Lana Banana! —la saludo.
Ella esconde rápidamente la corona detrás de su espalda.
—¡No me digas así, Ely! Sabes que no me gusta ese apodo.
Es un apodo que le puse de pequeña porque le encantaban las bananas. Es imposible resistirse a hacerlo en broma, aunque sé que lo digo con cariño.
—¡Es con cariño, tonta! —le digo, y ella me lanza una mirada de irritación.
—Eres un fastidio.
Yo me río y tomo a Ronan en mis brazos.
—¡Hola, principito mío! ¿Te portaste bien, angelito? —Ronan, de dos años, aún es un bebé que apenas habla, solo sabe decir algunas palabras como “agua”, “tete”, “chichi”, “popó“, “perro”, “gato” y “Ely”, aunque mi nombre no lo pronuncia completo pero no importa porque igual todos me dicen “Ely” de cariño. Lo abrazo con fuerza, llenándole la cara de besos y haciéndole cosquillas, provocando risas contagiosas.
—Lo vas a asfixiar si lo sigues apretando así. ¡Dámelo ya o llegarás tarde al trabajo! —Lana me quita a Ronan de los brazos.
—Por cierto, ¿qué hacías sola en el bosque? Puede ser peligroso. —Lana me mira con los ojos en blanco.
—No soy una niña pequeña, Ely.
—¡Claro que sí! ¡Eres mi hermanita menor!
—¡Solo soy un año menor que tú!
—¿Y qué? Sigues siendo mi hermanita menor. —Me río y ella suspira, frustrada.
—Mejor me voy antes de que me den ganas de matarte. —Se da la vuelta y empieza a caminar colina arriba.
—Eso que estabas escondiendo en tu espalda es para mí, ¿no?. —Lana abre los ojos como platos al darse cuenta de que descubrí que me estaba haciendo una corona de flores.
—Claro que no! ¿Por qué haría algo para ti?. —Se nota lo avergonzada que está.
—Eres tan tierna Lana Banana, lo recibiré con gusto. —Sonrió de forma arrogante y ella suelta un gritito de exasperación.
—¡Ay Ely, te odio!.
—¡Y yo te amo, Hermanita!. —Su rostro se tiñe de rubor y, sin más, sale corriendo colina arriba. Me río, continuando mi camino hacia la aldea, convencida de que llegaré a tiempo al trabajo.
Al llegar, todos los que me cruzo me saludan con entusiasmo. Me conocen como la hija mayor de los dueños de la iglesia en la colina, y pronto empiezan a pedirme favores: ir a comprar algo a la tienda, ayudarles a cargar unas bolsas. Aunque sé que esto hará que llegue tarde, no puedo negarme. La culpa me consume si ignoro sus peticiones.
Una vez que termino de ayudar a todos, paso por la panadería y compro el pan que me pidió papá, guardándolo en mi bolso para no olvidarlo. Finalmente, llego al restaurante donde trabajo y me encuentro con el señor Evander, mi jefe, esperándome en la puerta.
—Lo sé, llego tarde.
—Quince minutos tarde.
—Le juro que cuando salí de casa iba con tiempo, pero al llegar a la aldea...
—Las personas no dejaban de pedirte favores y no fuiste capaz de negarte, ¿verdad? —Suspiro y asiento con la cabeza.
—Tienes que aprender a decir que no, Ely.
—Si me piden ayuda y puedo ayudar, ¿por qué no hacerlo?
—Ay, Ely. No puedes ser tan buena persona todo el tiempo. No todas las personas son tan amables y bondadosas como tú, y algún día se aprovecharán de eso. —Su verdad me deja en silencio, mirando al suelo. —Ve a ponerte el uniforme, los clientes deben estar por llegar.
—Sí, jefe.
El resto del día transcurre con normalidad, sin incidentes. Normalmente saldría a las seis, pero debido a que un compañero no pudo venir, me toca quedarme a hacer horas extra para aligerar la carga del jefe. Cuando finalmente el reloj marca las nueve, el último cliente se va y cerramos el restaurante. Me acerco al jefe para avisarle que ya me voy a casa.
—Jefe, ya me voy. Que pase buena noche.
—Ya es muy tarde, es peligroso que andes de noche en la calle, y sobre todo en el bosque. —Lo miro confundida y, de repente, escucho truenos y veo la lluvia caer con fuerza por la ventana. —En las noticias dijeron que hoy podría haber una tormenta eléctrica. Es mejor que te quedes aquí esta noche.
La frustración me inunda; me moría de ganas por volver a casa y disfrutar de la comida recién preparada de mamá. Justo al pensarlo, mi estómago ruge en protesta. El jefe escucha y se ríe.
—Te prepararé algo de cenar. —Asiento con la cabeza, me dirijo a los vestidores, me cambio el uniforme por mi ropa, y me pongo el suéter que me regaló mamá. Al salir, me siento en una de las mesas junto a la ventana, escuchando el retumbar de los truenos y el torrente de la lluvia. La preocupación me consume al pensar en Lana y mis otros hermanos; siempre han tenido miedo de las tormentas electricas.
Mis pensamientos son interrumpidos cuando el jefe coloca un plato de espaguetis frente a mí.
—Muchas gracias, jefe.
Él sonríe y comienzo a comer.
—Jefe ¿Usted no va a comer?
—No te preocupes por mi, Ely. Cené algo hace poco y estoy lleno. —Yo asiento y sigo comiendo.
—Jefe, ¿puedo pedir la mañana libre mañana? Les prometí a mis hermanos que los traería a la aldea para distraerlos de la rutina y que se diviertan un rato.
—Te importan mucho tus hermanos, ¿no?
—Sí, mi familia es lo más importante que tengo en el mundo.
Él sonríe.
—Qué buena hermana eres. Por supuesto que puedes tomarte la mañana libre.
Grito emocionada.
—¡Muchas gracias, jefe, eres el mejor!
Él sonríe y sigo comiendo.
—Por cierto, jefe, ¿conoce a alguien o un lugar que venda sillas de ruedas no muy caras?
—¿La silla de ruedas es para tu padre? Pensé que él ya tenía una.
—Sí, tiene una, pero está oxidada y las ruedas no funcionan bien. Quiero comprarle una nueva para que se sienta más cómodo.
—Ya veo. Yo tengo una silla de ruedas prácticamente nueva.
—¿En serio?
—Sí, mañana cuando vengas a trabajar, te la muestro y hablamos sobre el precio. Pero por ser tú, ten por seguro que no te la dejaré muy cara.
Sonrío y grito de emoción.
—¡Muchas gracias, jefe, de verdad eres el mejor!
—No hay de qué, Ely.
Terminamos de comer y de repente recuerdo lo que él dijo sobre el peligro de salir de noche.
—Jefe, ¿a qué se refería con eso de que es peligroso salir de noche? ¿Lo dicen porque me pueden robar?
Él niega con la cabeza.
—Lo que deberías temer no son a los ladrones.
—¿Entonces, de qué debería preocuparme?
Me mira seriamente.
—De los vampiros.
No puedo evitar soltar una risa estruendosa.
—Ay, jefe, dejé de temerle a los vampiros cuando cumplí diez años. No soy una niña pequeña a la que puedas asustar con cuentos fantasiosos.
—Ely, hablo en serio. Esto no tiene nada de fantasioso.
Su mirada tan seria me hace dejar de sonreír y me siento nerviosa.
—¿Está hablando en serio, jefe? —Él asiente. —¿Me está diciendo que los vampiros existen de verdad? —Él asiente de nuevo. —Imposible...
—Son seres despreciables e insaciables que arrasan con cualquier humano a su paso sin piedad alguna. Solo salen de noche y tienen poderes tan aterradores que no te los puedes imaginar.
Lo miro horrorizada.
—¿Cómo es que nadie ha visto un vampiro si realmente existen?
—Llevan más de mil años entre nosotros. Que no los veas no significa que no estén ahí. —Su mirada es firme. —Tranquila, mientras no salgas de noche y mucho menos sola, estarás bien. Ya subiré a dormir; te dejé una cobija en el mueble para que no pases frío.
—Gracias... —Me da un leve apretón en el hombro y se aleja.
Me acuesto en el mueble, intentando dormir, pero la conversación sobre los vampiros me inquieta. A pesar de mis esfuerzos, el sueño finalmente me vence.
A la mañana siguiente, despierto con los primeros rayos de sol. Le escribo una nota al jefe agradeciéndole por su amabilidad la noche anterior y la dejo en el mostrador. Tomo mis cosas y salgo rápidamente, sabiendo que todos deben estar preocupados porque no regresé a casa.
Treinta minutos después, estoy cerca de casa cuando de repente siento una aura intensa a mi alrededor. Es una sensación desconocida, que me hiela la sangre y me eriza los pelos de los brazos. Un mal presentimiento me obliga a correr hacia la iglesia.
Al llegar, encuentro a Lana tirada en el suelo, inmóvil, con la corona de flores que me iba a dar aferrada con fuerza en su mano. Corro hacia ella y la sacudo con desesperación, intentando despertarla.
—¿¡Lana, qué te pasó!? ¡¿Por qué estás en el suelo?! —Sigo moviéndola, pero no reacciona. Busco a mi familia a mi alrededor, y al no ver a nadie, empiezo a llorar y gritar sus nombres. —¡Mamá, algo le pasó a Lana, ayuda!
Al ver que mi madre no aparece, llamo a los demás.
—¡Papá! ¡Finn! ¡Luna! ¡Alguien ayúdame!
Sigo intentando despertarla, pero Lana sigue sin reaccionar.
—Tranquila, Lana... iré a buscar a nuestros padres. ¡Ya vengo!
Entro corriendo a la iglesia y encuentro a mi padre sentado en su silla de ruedas, mirando hacia la pared. Suspiro de alivio y digo rápidamente:
—Papá, qué bueno que estás aquí. ¿No me escuchaste gritar? Algo le pasó a Lana y...
Me quedo en silencio al darme cuenta de que él sigue mirando la pared, inmóvil, y no parece estar respirando.
—¿Papá? ¿Te encuentras bien...? —Al acercarme lentamente, mi cuerpo choca con la silla de ruedas y la cabeza de mi padre cae al suelo.
—¡Papá! —Caigo al suelo, horrorizada, incapaz de creer lo que estoy viendo. Retrocedo tambaleándome y me dirijo a la habitación de mis padres en busca de mamá.
Al abrir la puerta, grito de dolor al ver a mi madre con el cuello roto y sin brazos; a mi hermanita Luna, también con el cuello roto; a mi hermanito Finn, sin cabeza, sin brazos y sin piernas... Y en la cuna grande, se encuentra mi hermanito Ronan, también con el cuello roto.
Caigo al suelo gritando y llorando desesperadamente sin poder entender cómo es que toda mi familia termino masacrada, lo único que todos tienen en común es que a ninguno le queda ni una sola gota de sangre en su cuerpo.