𝐄𝐒𝐓𝐀 𝐄𝐒 𝐌𝐈 𝐍𝐔𝐄𝐕𝐀 𝐎𝐏𝐎𝐑𝐓𝐔𝐍𝐈𝐃𝐀𝐃

Desde el momento que cumplió diecisiete años, Irina abandonó su hogar, si es que se lo podía llamar así. Eso había ocurrido hace cinco años.

Podría decir que tenía buenos recuerdos, pero cada uno de ellos eran eclipsados por cinco malos con cada cosa horrorosa que les hacía su padre, sobre todo a su madre. Una vez le preguntó porque nunca huyó de ese infierno, pero su única respuesta era: “lo entenderás cuando te enamores”. Era claro que nunca querría ese sentimiento en su vida si el resultado sería ser maltratada como ella.

Agradecía cada día vivir en aquel pequeño departamento, tal vez no era el más lujoso, pero contaba con lo básico; tenía su habitación, su colchón inflable —que su mejor amigo le ayudó a conseguir—, y una pequeña ventana; su baño era incluso más pequeño, pero al menos no salían cucarachas de la coladera; y en sala-cocina, una de sus ventanas estaba rota, así que, la tapado con un pedazo de cartón.

Así que sí, agradecía tener su pequeño lugar, libre de cada maltrato físico y psicológico que ejercía su padre sobre ellas o sobre las múltiples “visitas” al hospital. La mayoría de ellas eran porque golpeaba tanto a su madre que la dejaba inconsciente; era Irina, que desde que tenía consciencia de su existencia, llamaba la ambulancia, rezando porque no muriera.

Intentó ayudarla en muchas ocasiones. Incluso le ofreció que viviera con ella en su pequeño departamento, pero se negó. Así que, ¿cómo se ayuda a alguien que no quiere ser ayudado?

Siempre temía que su madre algún día llegara tan golpeada al hospital que la única forma en que saldría de ahí fuera en un ataúd. Ese día había llegado.

—¿Es la hija de María Marquez? —escuchó del otro lado de su celular cuando respondió aquella llamada.

Al principio creyó que le diría que su madre estaba ahí por otra de las golpizas de su padre, —sí, incluso las enfermeras sabían la situación—, que tendría algún hueso roto y saldría dentro de algunos días, pero esta vez fue diferente, lo supo desde que escuchó la seriedad de la enfermera.

—Llegaré lo antes posible —murmuró para luego colgar.

—¿Qué ocurrió? —preguntó su mejor amigo.

—Necesito que me lleves al hospital.

Su amigo mejor, Lorenzo, no preguntó nada y ambos no tardaron en subir a su auto.La miraba de reojo mientras conducía; Irina se mordía sus uñas de forma nerviosa, su mirada solo estaba en el camino, preguntando si llegaría a tiempo.

Cuando el auto se detuvo frente al hospital, no quería bajar, no quería saber que la esperaba al cruzar aquellas puertas, pero lo presentía. Sintió la mano cálida de su amigo sobre la suya, deteniéndola para que no siguiera mordiendo sus uñas.

—¿Quieres que entre contigo?

Lo miró unos segundos. No quería arrastrar a Lorenzo a su infierno, no a él, era lo único bueno que tenía en su vida, no podía involucrarlo, además, siempre arreglaba estos desastres sola.

—Tranquilo, no dudo que solo es para que la cuide mientras esté en el hospital —mintió.

El chico la miró dudoso. Cada vez que se trataba sobre su familia, Irina prefería solucionarlo sola, lo cuál le dolía por no querer aceptar su ayuda, pero de igual forma la admiraba porque siempre hallaba una forma de solucionarlo; le gustaba eso de ella, su resiliencia, pero como una vez se lo dijo: “nunca se puede estar bien, son humanos y en cualquier momento nos podemos quebrar”.

—Llámame si me necesitas.

Irina asintió con la cabeza y bajó del auto.Al entrar al hospital, fue en dirección a la recepción, preguntando con calma por su madre.

‹‹No, esa mirada no››. Pensó cuando la enfermera la miró con lástima y le dijo en qué habitación se encontraba.

Sus piernas no se quisieron mover cuando llegó. Se quedó de pie en la entrada mirándola; tenía un pie enyesado, cortadas en sus brazos y su cara hinchada por los golpes, estaba peor de lo que imaginaba.

Quería vomitar de solo ver aquella imagen; sentía como le picaba los ojos debido a las lágrimas que se acumulaban. Parpadeó rápidamente, escuchando los sonidos de aquellos aparatos que le indicaba que su madre seguía con vida, pero ¿por cuánto tiempo?

Con mucho valor caminó hacía la camilla, ahogando un grito al ver mejor su rostro; tenía un ojo hinchado, hematomas en sus mejillas que siempre fueron rosadas y una cortada arriba de su ceja derecha; al bajar su mirada, exactamente en el cuello, podía ver las marcas de dedos, dando a entender que la habían asfixiado. Ella ya no era la mujer que recordaba.

—¿Mamá? —murmuró.

Espero unos segundos por alguna respuesta. Su madre se empezó a mover un poco, abrió el ojo que aún tenía bien o eso creía, ya que estaba de color rojo por la sangre acumulada.

Sintió una gran lástima al verla en aquel estado, mientras la culpa invadía su cuerpo.‹‹Debí insistir más para que se fuera conmigo.››

Aquella culpa lo noto su madre, quien con dolor, alzó su mano para que Irina la tomara; con pequeños pasos se sentó en la silla que había al lado de la camilla y tomó su mano, notando las pequeñas heridas en sus finos dedos.

—Hola, pajarito —dijo con una voz tan débil que Irina sintió un vuelco en su corazón—. Creí que no vendrías.

—Y yo que no era algo tan grave —respondió con voz baja—. ¿Por qué, mamá? ¿Por qué dejaste que llegara a esto?

El tono de su voz había sido muy rudo; todas sus emociones recorrían su cuerpo, así que calma era lo último que podía sentir.

—El amor es extraño…

—El amor no debería hacer que casi te maten —la interrumpió con frialdad, aunque se calmó al notar su mirada triste—. Cuando salgas de aquí, te irás a vivir conmigo.

—Tanto tú como yo sabemos que no ocurrirá.

Irina sabía que eso era verdad; el doctor le había dicho que sus órganos estaban fallando y solo era cuestión de esperar para que ella dejara de sufrir. Sintió las lágrimas por fin salir de sus ojos, pero no dejo que resbalaran por completo por sus mejillas, las limpió rápidamente, porque aún contra todo pronóstico, quería creer que su madre iba a estar bien.

Con todas las fuerzas que aún tenía, su madre llevó su mano a la mejillas de su hija, limpiando una nueva lágrima.

—Perdóname, mi niña, perdóname por no ser la madre que merecías —se oía realmente arrepentida.

—No siempre fuiste tan mal —murmuró, haciéndola sonreír un poco, aunque era más una mueca de dolor; su cuerpo le dolía, la morfina ya no hacía efecto en ella—. Tú perdóname por no ser una buena hija.

—Siempre lo fuiste…

—No —sentía las lágrimas de nuevo bajar por sus mejillas; esta vez no las limpió—, porque si lo hubiera sido, yo te hubiera sacado de esa horrenda vida —besé el dorso de su mano—, perdóname, mamá.

Su madre se esforzó por darle una sonrisa, una de esas que le daba cuando era niña y la hacía sentir bien, pero fue todo lo contrario. La culpabilidad empezaba a reinar cada vez más en el cuerpo de Irina por no ayudarla, por no apoyarla más, por no sacarla de ese maldito lugar.

—Nada fue tu culpa, pajarito —le aseguró, como si hubiera leído su mente—. Tú fuiste lo único bueno que me pasó en esta vida —seguía sonriendo, aunque parecía apagarse poco a poco—. Si la vida me diera a elegir de nuevo ser tu madre —suspiró—, no lo elegiría —Irina la miró perpleja—. No porque no te ame, sino, porque te amo tanto que me hubiera gustado que tuvieras una vida diferente.

La miró, una última vez, con ese toque de amor que solo una madre podría mirar a su hija.

Las máquinas empezaron a sonar, sus signos vitales habían caído, pero Irina se negaba a que esa era la última vez que vería a mi madre con vida.

Enfermeras y médicos no tardaron en entrar; Irina se hizo aún lado, quedando en un rincón de la habitación, intentando ver algo en el mar de lágrimas que tenía. Quería hacer algo, pero estaba más que claro que era tarde.

Sintió una gran presión en su pecho, todo daba vueltas; una de las enfermeras se puso frente a ella, pero por más que trataba, no podía escuchar lo que le decía. Todo a su alrededor comenzó a ser borroso; hasta que sus ojos se cerraron.